Hoy: 10 de febrero de 2025
ALFONSO GONZÁLEZ FERNÁNDEZ
En la historia de la humanidad se han presentado grandes transformaciones, que obedecieron a las circunstancias que cada sociedad fue padeciendo en determinados tiempos. Se ha utilizado a la Ilustración y el Renacimiento como referentes de esas transformaciones, pero ambas son categorías puramente europeas, pues ni en India ni en China había paralelos, ni mucho menos en las culturas americanas.
Independientemente del nombre que se le otorgue, el punto es que cada una ha representado el rompimiento con el modelo cultural hegemónico de cada época, estableciendo nuevos límites y el traspaso hacia otros escenarios con mayores condiciones de bienestar.
El término “democracia” ha cobrado particular relevancia, utilizándose para casi todo con tanta ligereza para pretender aparentar la inclusión de la sociedad y todas sus partes, provocando perder el enfoque, por lo cual resulta más que conveniente ponerla sobre el terreno con perspectiva tal que nos permita comprender su esencia y alcance.
En teoría, el estilo para la toma de decisiones democráticas se caracteriza por el liderazgo en el que el proceso con igualdad, justicia, consenso, votación por mayoría y los beneficios le da un alto valor.
Todo lo anterior resulta ser un fiasco, letra muerta o sin sentido cuando la perorata con la que se pretende imponer algunas acciones se convierte en espesas falacias y nuevos sofismas.
Aprovechando el término, debemos democratizar el conocimiento, para que tengamos los elementos que nos permitan salvarnos de continuar en el pozo de las medias verdades en cuanto a obras que ni cumplen y son inoperantes, además de faltar al compromiso con la sustentabilidad que tanto pregonan.
Hay un aspecto cultural y único en nosotros, mismo que se ha convertido prácticamente en un catalizador para la toma de decisiones; este factor adicional y determinante nos impide ver el futuro con suficiente claridad para cambiarlo, su nombre de pila es: fatalismo.
Como muestra, podemos considerar las graves estadísticas en cuanto a decesos ocasionados por accidentes debido a que en lugar de aplicar mejores condiciones de seguridad, tendemos a poner nuestro futuro en manos del destino o de una deidad. Es decir, aceptamos que es poco lo que podemos hacer para cambiar nuestro destino, y decidimos no perder el tiempo si es “la virgencita” la que decide qué nos va a suceder el día de hoy.
¿Para qué intentar anticipar el futuro si nuestro destino está definido? Craso error.
Partiendo desde este preciso lugar vale preguntarse hasta cuánto o hasta dónde debemos creer solamente en la nobleza y la lógica del hombre si no conocemos lo que nos presume.
Resulta acertado considerar cuáles son las motivaciones reales que mueven a una persona, entre ellas, añoranza de tener seguridad económica, codicia, reconocimiento de sus pares, miedo, permanencia en el poder, etc.
Estos son los sentimientos que mueven a las personas y nos perfilan cómo tomarán decisiones hacia el futuro, si es que no existen cánones, incentivos o mecanismos que los empujen a usar la lógica, la responsabilidad y la Ética.
En nuestro caso, hay un factor adicional que facilita que una persona considere “portarse mal”: la cultura de impunidad que vivimos.
El respeto al honor familiar, el temor a los padres, autoridades o miedo de ir a la cárcel, que antes creaban incentivos para que las personas tomaran decisiones sabias y responsables, han desaparecido.
A la lluvia de información que nos bombardea gracias a la tecnología, debemos incorporar los intereses de ciertos “caudillos” que nos presentan generalmente espejismos o posverdades, para continuar sus carreras políticas.
Hábilmente apoyados con opiniones de quienes se presumen como expertos, las presentan matizadas por inconfesables y proscritos contratos a modo por una parte, o a través de líderes con conflictos de interés que pretenden continuar usufructuando sus posiciones.
Si bien es cierto que es requerido recurrir a los análisis de los “expertos”, nuestra capacidad para descifrar correctamente el futuro sin duda depende enormemente de análisis ajenos, debiendo ser, independientes, inclusivos y autónomos, a lo que debemos agregar insustituiblemente y, sobre todo, nuestro propio conocimiento.
Existen dos consideraciones, 1) cuando los expertos se equivocan o a propósito nos proporcionan información incorrecta, y 2) si nuestras predicciones también son erróneas por falta de conocimiento.
Por eso es importante cuestionar las motivaciones de los “expertos” para evaluar con claridad la veracidad de su información, lo cual rara vez sucede.
Muchos alardean y hasta presumen tener una bola de cristal para ver el futuro, que por factores inherentes a la cultura creemos poder utilizar en cualquier momento para cambiar el mañana, sin entender el presente y he aquí el dilema.
Nuestro optimismo, con frecuencia, nos lleva a equivocarnos en nuestros análisis y, más, si el escenario probable puede dañarnos, al exhibir, reclamar, repreguntar o simplemente cuestionar.
Estas actitudes nos impiden avanzar colectivamente y suprimir a quienes se aprovechan de sus posiciones de liderazgo.
Corolario. “El pesimismo paraliza, actuemos con conocimiento».
*Por su interés reproducimos este artículos de Alfonso A. González Fernández publicado en Diario de Yucatán
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