MIGUEL AGUILAR
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha dicho que va a dejar de llevar corbata para ahorrar energía. Este razonamiento me recuerda a la típica respuesta que la mayoría solemos dar cuando debemos responder a toda prisa una pregunta. He aquí otro ejemplo. Por favor, responde lo primero que se te venga a la cabeza cuando leas la siguiente pregunta: ¿Qué beben las vacas?
Si has seguido mis instrucciones a rajatabla, es bastante probable que hayas dicho que las vacas beben leche. Ahora, una vez reposada la mente unos segundos, te habrás dado cuenta de que tu respuesta no se corresponde con la realidad. Aunque se trate de un mamífero, y haya mamado leche de su madre durante las primeras semanas de su vida, lo que una vaca bebe es agua.
Estos dos ejemplos, el de un presidente que ahorra quitándose la corbata y el de la vaca que calma su sed bebiendo leche, ponen de manifiesto la cruda naturaleza del cerebro humano, el cerebro de todos nosotros y, por supuesto, también de cualquier político, incluido el Presidente Pedro Sánchez. Cualquier cerebro tiene dos modos de enfrentarse al devenir de la vida: el modo automático y el modo reflexivo. El modo automático es rápido, inconsciente o semiinconsciente, intuitivo, autocomplaciente, barato, eficiente. El modo reflexivo es lento, analítico, racional, autocrítico, objetivo, científico, costoso.
El modo automático es el que empleamos cuando nos involucramos en tareas cotidianas relativamente previstas y organizadas o cuando necesitamos una respuesta o acción rápida: higiene personal, cubrir las necesidades básicas, las relaciones sociales de nuestro entorno inmediato y cualquier otra tarea que no nos genere demasiadas dudas sobre posibles riesgos, problemas o conflictos, pero también cuando sentimos la amenaza de un choque frontal con otro vehículo o el ataque de una fiera salvaje.
El modo lento lo usamos en tareas que requieren mucha atención o cuando tenemos tiempo para pensar aplicando la lógica y el sentido antes de tomar una decisión. Aunque es el modo típico del trabajo sesudo como la investigación científica, también lo empleamos para cosas más cotidianas como aparcar el coche, memorizar una clave, planificar las tareas del hogar, hacer la lista de la compra o programar unas vacaciones.
La existencia de ambos modos de pensar y actuar está bien establecida mediante estudios experimentales en el ámbito de la sociología y la psicología. Y la neurofisiología ya ofrece una descripción detallada de las distintos centros y redes neuronales del cerebro que participan en cada uno de estos dos modos de trabajar que tienen nuestros cerebros. El modo automático utiliza un sistema que se extiende por los ganglios basales, la amígdala, el córtex prefrontal ventromedial, el córtex cingulado dorsal anterior y el córtex temporal lateral del cerebro. El modo reflexivo emplea el hipocampo y la región próxima a éste del lóbulo temporal medial, el córtex prefrontal lateral, el córtex anterior cingulado y el córtex parietal posterior.
Ambos modos de pensar son útiles, por separado, cada uno en su circunstancia y momento. Pero también colaboran e integran sus soluciones aportando lo mejor de cada uno de ellos. Ambos contribuyen de alguna manera tanto al modelo que nos construimos de nosotros mismos y del mundo como de los principios sobre los que establecemos nuestro comportamiento. El resultado de esa colaboración suele ser un punto de equilibrio eficaz entre la necesidad de tener una respuesta rápida, instintiva, y la necesidad de tener una respuesta óptima, científica.
El modo automático refuerza el pensamiento y la conducta basados en la experiencia y la memoria personales, por lo que resulta más seguro y eficaz si se emplea después de haberse marcado una estrategia o ruta más elaborada mediante el pensamiento reflexivo, en el que se usa la experiencia y la memoria colectiva integrada en la ciencia. Siguiendo esta secuencia, el pensamiento automático puede ir creciendo y evolucionando, de modo que las respuestas automáticas podrían adquirir un fundamento cada vez más reflexivo y científico. Este proceso será obviamente diferente en cada individuo y en cada sociedad, dependiendo del valor que se le dé tanto a la ciencia como a la libertad de pensamiento y de acción.
Se puede ver claramente que una sociedad cuyos cerebros funcionen siempre en modo automático no puede ser una sociedad madura y libre. No es casualidad que los magos aprovechen sus conocimientos de estos dos cerebros para colarnos sus trucos. Durante sus actuaciones fomentan nuestro cerebro automático, envolviéndonos en un espacio seguro y confiable, al tiempo que anulan nuestro cerebro reflexivo exponiéndolo a múltiples estímulos que lo entretienen y reducen nuestra atención hasta hacer invisibles sus artimañas.
Desgraciadamente, este conocimiento también es utilizado en el mundo de la gobernanza política y económica. En sociedades no democráticas, como la china, el control sobre estos dos modos de funcionamiento del cerebro es absoluto en todos los ámbitos de la vida social e individual. Este control, siendo cínicos, es utilísimo para conseguir aunar esfuerzos y centrarlos en el logro de los objetivos colectivos marcados por el gobierno. La interpretación será diferente si nos colocamos en la posición de cualquier individuo: se podrá sentir el inmenso coste que ello tiene en forma de frustración de su libertad y la pérdida de la dignidad humana.
Pero en las llamadas sociedades libres y democráticas, los gobiernos y demás poderes también utilizan estas malas artes del mundo de la magia. Los políticos no se cortan ni un pelo en prometer la Luna y, lo que es peor, en gastarse el dinero de todos en pan para hoy y hambre para mañana. Por la urgencia de dar una respuesta cuando los pilla el toro, o porque saben que nuestros cerebros automáticos pueden quedar satisfechos con este tipo de respuestas, como la del presidente que ahorra quitándose la corbata o la vaca que bebe leche, especialmente cuando todo va tan rápido que, a nuestro cerebro reflexivo, si es que no está atrofiado por el poco uso, no le da tiempo a pensar con claridad.