El continente de hielo guarda en sus entrañas restos de animales llamados oso de agua, el cangrejo yeti, estrellas de mar, pulpos gigantescos y especies únicas como un invertebrado marino que se alimenta de huesos y que ha sido bautizado como gusano come huesos. Cien años de estudios científicos no alcanzaron para conocer sus secretos que podrían develar el origen de la humanidad o cambiar el mundo como lo conocemos
A comienzos del Siglo XIX, muchos exploradores se habían embarcado con la esperanza de encontrar la Terra Australis Incógnita, la tierra desconocida del sur, que hasta el momento era una leyenda de esas que desvelan aún hoy a los marineros.
El primero en arrimarse hacia el gigante blanco fue nada más ni nada menos que Fernando de Magallanes, en 1519, cuando al servicio del Reino de España buscaba una ruta que condujera hacia Asia sin pasar por las rutas portuguesas.
Su aventura fue tan importante que sirvió para delinear el actual mapa de América.
Los navegantes que desafiaron el sur del sur, más allá de la Patagonia, aseguraban que había un enorme continente meridional que debía de equilibrar la tierra del hemisferio norte. Durante tres años, el capitán James Cook había estado buscándolo, de 1772 a 1775, siempre con resultados negativos.
Cook era explorador de la Marina Real del Reino Unido y junto a sus hombres, se adentró en el círculo polar antártico y llegó a estar a 128 kilómetros del continente, pero finalmente decidió regresar. Sin embargo, el capitán estaba convencido que los icebergs vistos en el océano eran desprendimientos de alguna masa de tierra cercana al Polo.
«Me atrevo a decir, ningún hombre se aventurará más allá que yo y que nunca se explorarán las tierras que puedan encontrarse al sur»; sostuvo Cook. Y tan equivocado no estuvo, porque debieron pasar casi cien años hasta que en 1815, el comodoro de marina de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Guillermo Brown, escribió el recorrido que hizo una de sus naves: «Después de dar vuelta el cabo de Hornos y de soportar los vientos reinantes en estos parajes, y después de haber llegado hasta los 65 grados de latitud, en cuyo paraje la mar se les presentó muy llana con horizonte claro y sereno, sin malos signos, lo que indicaba que no estaban muy lejos de la tierra, el bergantín Trinidad perdió el tajamar …»
Sin embargo, el continente fue divisado recién el 27 de enero de 1820, cuando una embarcación enviada por Rusia contempló una plataforma de hielo. Tres días después, el capitán británico Edward Bransfield avistó la península Antártica y en 1821, lo hizo John Davis, un cazador de focas estadounidense que, incluso, pisó tierra.
La Antártida despertó el interés siempre desde que se supo de su existencia. Varias empresas buscaban pieles y aceites de animales para abastecer un mercado en creciente expansión.
Los gobiernos y filántropos se involucraron y comenzaron a enviar expediciones cada vez mejores dotadas para llegar al continente blanco. Las más célebres fueron las de Robert Falcon Scott (Reino Unido) y Roald Amundsen (Noruega). Ambos pusieron pie en la Tierra Australis Incognita en 1911. Amundsen el 14 de diciembre y Scott alrededor de un mes después.
La Primera Guerra Mundial y las soberanías
Con la Primera Guerra Mundial, comenzaron los reclamos para adueñarse de partes de la colosal masa de hielo, y obviamente, las correspondientes aspiraciones soberanas.
Un poco antes del conflicto armado, en 1908, el Reino Unido reclamó su porción en el continente antártico, y entre los años 1924 y 1942, se instalaron bases militares de Francia, Noruega, Alemania, Chile y Argentina.
La presencia argentina en la Antártida se remonta al 2 de enero de 1904, cuando el país compró la estación meteorológica que había levantado el escocés William Speirs Bruce, en la isla Laurie de las Orcadas del Sur y ese mismo año, se izó la bandera por primera vez.
Se trata del establecimiento humano permanente más antiguo existente en todo el territorio.
Desde entonces, los argentinos vienen llevando adelante varias expediciones de exploración, rescate y colaboraciones en la zona. Sin embargo, recién en 1951 se inauguró la primera base continental argentina en la Antártida, el Destacamento Naval Almirante Brown y un año después, se inauguró el Destacamento Naval Esperanza y el refugio teniente Lasala (una cabaña y una tienda de campaña) que luego sería destruido por tropas británicas.
Si bien es el territorio menos explorado y casi no tiene población, lo cierto es que la Antártida (como la conocemos ahora) no está tan aislada. Muchos consideran que se trata del corazón de la tierra y el continente más viejo del planeta.
Los secretos de la vida
Es aún tierra desconocida y misteriosa. Desde las cataratas de sangre, hasta los cráteres gigantes, la presencia de OVNIS, las especias extrañas y las pirámides de hielo.
Científicos encontraron restos de animales que hasta el momento se desconocían cuando perforaron un lago congelado, el llamado oso de agua, el cangrejo yeti, estrellas de mar, pulpos gigantescos y especies únicas como un invertebrado marino que se alimenta de huesos y que ha sido bautizada como gusano come huesos.
Asimismo, una imagen captada por la NASA hace algunos años, reveló un iceberg que conformaba un rectángulo perfecto flotando en las aguas heladas. Se estima que podría tener más de un kilómetro de longitud y que parece haber aparecido naturalmente. También se halló un cráter de tres kilómetros en 2014 cuyo origen aún es motivo de disputa. Hay dos hipótesis: la caída de un meteorito o una dolina de hielo (causado por un charco de agua sobre la plataforma de hielo). Y como él, se considera que existen otros grandes cráteres de impacto como el posiblemente gigantesco cráter de la Tierra de Wilkes.
Se especula con la posibilidad de que haya más de 20.000 meteoritos hallados en la Antártida que se remontarían al comienzo del sistema solar. Uno de los fenómenos más extraños son las cataratas de sangre, una cascada roja que se presume se debe a una fuente de agua salada que habría quedado atrapada bajo el glaciar Taylor hace un millón de años y donde se detectó la presencia del óxido de hierro. Sería salmuera que se pone roja cuando el hierro entra en contacto con el aire.
Por otro lado, se identificaron más de cien volcanes que convertirían a la Antártida en la región volcánica más grande de la Tierra. Pero uno de los misterios que más llama la atención de los curiosos son las supuestas pirámides halladas bajo el hielo grueso del continente. Hay quienes aseguran que se trata del legado de civilizaciones ancestrales y otros sostienen que son naves extraterrestres. Los fanáticos de las grandes conspiraciones creen que podrían ser bases militares secretas.
Y en medio de tantas teorías y relatos, se mezcla la literatura fantástica como las ciudades subterráneas que describieron autores como Edgar Allan Poe y Julio Verne, entre otros.
Desconocidos objetos voladores
Una noche estrellada de julio de 1965, en la base naval argentina «Decepción», se vivió un acontecimiento que impactaría para siempre en la vida de 17 personas. Un objeto volador no identificado surcó los cielos y fue divisado también por el personal de otros destacamentos antárticos chilenos y británicos. Así lo confirmó el comandante de la base, el teniente de fragata Daniel Perissé, quien informó sobre otros episodios extraños en los días anteriores.
El 7 de junio, en la base ubicada en la bahía Primero de Mayo, el meteorólogo Jorge Stanich, vio como un objeto brillante de color amarillo se estacionó por algunos minutos antes de desaparecer. Al día siguiente, volvió a ocurrir lo mismo y diez días después, en la base chilena de Pedro Aguirre Cerdá, se vio una luz zigzagueante de color verde, rojo y amarillo.
Los mismos científicos observaron el 3 de julio del mismo año, una masa luminosa que cambiaba de color y se movía a gran velocidad y que luego sería divisada por el personal argentino de la isla.
Cien años de estudios científicos no alcanzaron para conocer los secretos de una tierra extraña que podría esconder no sólo el origen de la humanidad, sino otros tantos secretos capaces de cambiar el mundo tal y como lo conocemos.