Intrahistorias del franquismo: vida, familia y sombras del dictador

25 de octubre de 2025
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Francisco Franco.

La biografía oficial y su trayectoria castrense es bien conocida, pero todavía prosigue trazada con datos hagiográficos que convendría matizar por parte de los historiadores

A punto de cumplirse 50 años desde la muerte del dictador Francisco Franco, conviene recordar algunos datos y anécdotas que jalonaron su vida.

Había nacido en la ilustrada ciudad marinera e industrial gallega de Ferrol el 4 de diciembre de 1892, en el seno de una familia mal avenida, signada por la acendrada y estricta religiosidad de la madre y por la vida disoluta de su padre, que moriría en Madrid en el abandono un 22 de noviembre de 1942.

Ramón Franco, piloto, republicano, rebelde, ácrata y, al cabo, aviador del bando franquista, hermano del general ferrolano, murió en aguas de Mallorca en un extraño accidente de aviación en febrero de 1938. Los generales Sanjurjo y Mola, también sufrirían sendos accidentes aéreos y murieron uno al principio y el segundo, cerebro del golpe, mediada la guerra civil.

La biografía oficial de Franco Bahamonde y su trayectoria castrense es bien conocida, pero todavía prosigue trazada con datos hagiográficos que convendría matizar por parte de los historiadores; siempre y cuando cuenten con acceso abierto a su archivo que, pese a haber transcurrido cinco décadas desde su fallecimiento, retiene todavía tan avara como ilegalmente la Fundación que lleva su nombre. Se advierte a los lectores que ello puede ser la causa primordial de algunas previsibles deformaciones que, sin duda, pueden llegar a incluir algunos hechos y anecdotarios al respecto.

Hagiografía biografica

De su hagiográfica biografía resalta el adjetivo de «militarmente invicto» que en ella se le atribuye. Algunos de sus conmilitones recordaban la siguiente anécdota: en la inmediata posguerra, en la reunión de un grupo de arquitectos afectos al régimen, uno de ellos alardeó de la victoria militar de Franco sobre la República. Otro de los arquitectos allí reunidos y no menos afecto que el anterior, le paró los pies diciendo: «no alardeemos de victoria militar en nuestra guerra puesto que un mero ejército deficientemente armado, de albañiles, mecánicos y campesinos, el «ejército rojo», mantuvo en pié la resistencia armada durante tres largos años, tres, contra el bien organizado, armado y disciplinado ejército nacional'».

La anécdota ilustra lo lábil que resultaba la adjetivación de invicto atribuida al dictador, extensible a sus también supuestas azañas en la guerra colonialista de África. Allí, sin duda, cosechó triunfos militares por su arrojo personal. Sin embargo, muchos de los combates allí registrados fueron objetivamente desiguales y singularizados, por ejemplo, por la asimétrica fortaleza de las tropas al mando de Franco, provistas de apoyo aéreo por parte de la aviación española y de un armamento impensable en las tropas enemigas: cabe recordar que fue en aquellos combates donde por primera vez se descargó napalm contra los combatientes nativos rifeños seguidores de Abdel Krim. El dolor moral que aquellas matanzas químicas causó en el joven oficial Hidalgo de Cisneros, futuro ministro de la Aviación republicana, estaría en el origen de su posterior adscripción al comunismo.

Un gesto torero en La Granja

Hablando de comunismo, en una de las recepciones anuales convocadas durante la posguerra en La Granja de San Ildefonso para conmemorar, con gentes de la farándula y el espectáculo, el 18 de julio, fecha del golpe militar, Franco se acercó al torero, allí invitado, Luis Miguel Dominguín, hermano de Domingo, comunista y empresario taurino. El dictador, con cierta sorna y para dárselas de listo, preguntó a Luis Miguel: «de tus hermanos, ¿cual es el comunista?». Y Dominguín con valiente aplomo, respondió: «los tres, Su Excelencia». El general, sobrado de su propia astucia, se pasó de listo con el torero en aquella ocasión.

A propósito de la supuesta benignidad del denominado caudillo, en otra ocasión, paseaba con su escolta por los alrededores de El Pardo, palacio del siglo XIV donde se trasladó a vivir tras la guerra por temor a hacerlo en la ciudad, cuyo pueblo madrileño se mantuvo leal a la República hasta el ultimo momento. Durante su paseo, surgió un cazador furtivo de los que se procuraban alimento en el feraz Monte del Pardo en aquellos años de hambre de la posguerra. Con la presumible aquiescencia del dictador, allí mismo el furtivo fue tiroteado y asesinado a por su escolta. La anécdota la contó el entonces periodista Joaquín Valdés, cronista y apologeta franquista por los frentes de guerra, que, como flamante jefe de Prensa, acompañaba a Franco durante aquel paseo. Valdés se descompuso intestinalmente al contemplar tan de cerca el atroz fusilamiento del incauto furtivo, por lo cual Franco dió instrucciones para que el periodista fuera inmediatamente relevado de su cargo.

A propósito de la supuesta religiosidad del general forrolano, Román Escohotado, poeta falangista, padre del pensador Antonio Escohotado, contaba a sus amigos su visita a cumplimentar a Franco, que le había nombrado para un alto cometido oficial. Al poco de la salir de la audiencia, Escohotado comentó en petit comité que estaba impresionado porque Franco tenía en su despacho, dentro de un fanal, la reliquia del «brazo incorrupto de Santa Teresa». Su comentario, que llegó inmediatamente a oídos del dictador, le costó el cese fulminante al poeta.

Empero, Franco entraba bajo palio en los templos católicos donde se celebraban solemnidades, como la que en tono empalagosamente laudatorio, el clero y las fuerzas vivas del régimen naciente le tributaron en la madrileña iglesia de Santa Bárbara, al poco de concluir la guerra en 1939. Allí compareció la judicatura emergente en pleno, decapitada la anterior a la guerra de sus integrantes considerados, incluso los jueces imparciales, sospechosos de haber simpatizado con la República. Por cierto, aquella judicatura juraría lealtad inquebrantable, eterna pues, al dictador. Sus miembros juramentados figuraban en una lista completa publicada entonces el número 4 de la revista judicial corporativa «Iustitia». Ese número ha desaparecido de la colección. Según juristas demócratas, que consiguieron un ejemplar del número desaparecido, la permanencia de apellidos comunes entre aquella judicatura y la actual resulta asombrosamente endogámica. Qué curiosidad.

Curiosa también lo fue la anécdota atribuida a Blas Piñar López, futuro dirigente franquista del partido Fuerza Nueva, de extrema derecha. En su día, Blas Piñar había sido nombrado Presidente del Instituto de Cultura Hispánica por Franco, al que aquel acudió para quejarse de que estaba siendo acosado por distintos adversarios. Ante esas quejas, el dictador le respondió: «haga Usted como yo, Piñar, no se meta en política».

Afecto corporativo

Con respecto a la supuesta afección del dictador hacia sus compañeros de armas, ante su pánico hacia los movimientos de masas, señaladamente el movimiento obrero y, en particular, el movimiento estudiantil, Franco no tuvo otra ocurrencia de «afecto corporativo» que encargar a oficiales y Jefes militares la -por muchos de ellos considerada «humillante»- tarea de vigilancia y persecución de los dirigentes estudiantiles antifranquistas. Lo hicieron algunos de ellos desde la denominada Organización Contrasubversiva Nacional, creada ante el temor a lo sucedido en Francia en mayo de 1968, a propuesta del ministro de Educación José Luis Villar Palasí, responsable de la cartera de «Educación y Ciencia Ficción», al decir de la chufla estudiantil de la época.

Ese y otros temores llevaron a la esposa de Franco, la ovetense Carmen Polo, a adquirir un piso de su propiedad en la aristocrática calle madrileña de los Hermanos Bécquer, al Norte del barrio de Salamanca. El portal del domicilio de su esposa distaba, exactamente, 30 pasos de varón adulto de la entrada a la embajada de los Estados Unidos de América, en la esquina de su calle con la de Serrano. Otra curiosidad sobre la confianza de Franco y su familia sobre el futuro de su régimen.

Por cierto, vecino del mismo inmueble de la calle de los Hermanos Bécquer lo fue el almirante Luis Carrero Blanco, asesinado por ETA en atentado registrado en diciembre de 1973 en las inmediaciones de la cercana iglesia de los jesuitas. En el humor de la época que la dictadura no consiguió erradicar circulaba el chascarrillo según el cual la promoción de Carrero hasta la Presidencia del Gobierno se había iniciado no merced a sus grandes conocimientos sobre la lucha submarina, en la que era experto, ni siquiera por su olfato estratégico por alertar al dictador de que, sin la Kriegmarine alemana, Hitler perdería la guerra. Decía sarcásticamente el chiste que, en una ocasión, pescando atunes desde la borda del yate Azor, Franco cayó al agua arrastrado por el pescadote que había picado su anzuelo. Carrero, que viajaba en su séquito, en vez de gritar el usual «¡hombre al agua!», gritó ¡¡Caudillo al agua!!, lo que le valió emprender su meteórica carrera política como mano derecha del autócrata. Por otra parte, se decía, también en tono sarcástico, que ya desde el agua, los atunes pescados por Franco llevaban en el lomo el sello de su Casa Civil.

Una errata tremenda

Sucedió una noche de otoño del año de 1972: por un error, denominado «pastel» o «empastelamiento» en la composición tipográfica de las secciones de Nacional y Sucesos en los talleres del diario católico «Ya», se publicó la siguiente noticia: «Audiencia militar de Su Excelencia el Jefe del Estado: Su Excelencia el jefe del Estado recibió ayer, en Audiencia militar en el palacio de El Pardo, a los siguientes señores: Capitán General de la … Región Militar, don Fernando…; Teniente General, don Marcelino…; Coronel de Estado Mayor, don Gustavo… y otros dos más, borrachos, que entraron pegando tiros». La extraordinaria errata había incluido varias líneas del plomo tipográfico de una información de sucesos en la información relativa a las audiencias áulicas de Franco. Sendas páginas estaban correlativamente enfrentadas en el mismo pliego. La información de sucesos quedó más o menos así: «La Guardia Civil de Algete, tras una trifulca registrado en un bar de la localidad, madrileña ha detenido a los delincuentes Paco… alias «el Patillas», Juanjo… alias «el Tumengui», Jacinto, alias «El bolas» y al teniente coronel de Ingenieros don Faustino…, el comandante de Estado Mayor, don Arcediano…» y el capitán don Rogelio….Pese a la apremiante llamada a la redacción del diario «Ya» por parte del conde de Casa Loja, jefe de la Casa Civil de Franco, 16.000 ejemplares habían sido ya imprimidos. Salvo un par de ejemplares, conservados para la historia, la edición completa acabó en la guillotina de la imprenta.

Otra curiosidad a añadir al anecdotario del dictador es que contó con un doblador de sus discursos. Cuando una retransmisión de sus declaraciones resultaba radiofónicamente defectuosa, un diplomático, que habia estado destinado como Agregado de Prensa en Lima y Roma, regrababa y reproducía sus palabras con gran exactitud de timbre y tono. En alguna ocasión, le imitó también ante sus allegados, con gran sorpresa por parte de estos ante la fidelidad vocal del diplomático, veraneante en El Espinar, provincia de Segovia.

Presiones diplomáticas

Ya que de diplomáticos hablamos, fueron los plenipotenciarios estadounidenses que negociaron con el régimen franquista el tema de las bases militares de Estados Unidos en España, en los albores de los años 50, quienes exigieron un gesto político hacia los republicanos españoles, ante el temor a que Franco fuera derrocado por éstos y las bases norteamericanas de Rota, Torrejón y Zaragoza, «la diagonal trágica», pactadas por los enviados del presidente Harry Salomón Truman con Franco, quedaran en el aire. Fue entonces cuando se le ocurrió al dictador «resignificar» la Cruz del Valle de Cuelgamuros, 150 metros de altura por 49 metros de los brazos, erigida por trabajadores republicanos presos. Con ella Franco quería honrar previa y únicamente a los caídos del bando franquista. Tras las presiones recibidas por los norteamericanos, decidió pues enterrar también a combatientes republicanos, sin consultar a familiar alguno. Inhumaciones semejantes prosiguieron hasta 1985, diez años después de su muerte el 20 de noviembre de 1975. Sus criptas contienen más de 30.000 restos de otros tantos sepultados, varios miles sin identificar, procedentes de fosas comunes.

Un comando falangista

Singular asimismo resultó el hecho histórico que relata la creación de un comando de falangistas comprometido en rescatar de la cárcel de Alicante a su líder, José Antonio Primo de Rivera. Del comando formaba parte, entre otros, el boxeador Paulino Uzcudun. El grupo disponía de la cobertura de un submarino italiano, que guareceria al comando cuya actividad resultaría facilitada por las laxas condiciones de seguridad de la prisión alicantina. Cuando el plan de rescate del líder falangista le fue presentado a Franco, sin pestañear, como acostumbraba, les dijo: «no procede arriesgar la vida de diez bravos españoles por la vida de uno solo, aunque sea tan eximio como el camarada Primo de Rivera». Eso sí, tras su fusilamiento, al terminar la guerra civil, José Antonio sería conducido a hombros de jóvenes falangistas hasta El monasterio de San Lorenzo de El Escorial para ser posteriormente enterrado con todos los honores en la basílica de la Santa Cruz del Valle de Cuelgamuros, muy cerca del sepulcro donde, 40 años después, sería sepultado el dictador.

Hay una anécdota, entre muchas otras, sobre esa gigantesta cruz: un día, en plena posguerra, visitaron Cuelgamuros varios familiares de la Casa Real británica. Cómo se sabe, muchos de ellos habían simpatizado con el nazismo. El caso fue que subieron al funicular que les aproximaría a la cumbre, pero el trenecillo escalador se detuvo abruptamente. El ascensorista gritó repetidamente ¡¡Franco, Franco, Franco!! y, súbitamente, el funicular reemprendió su ascensión. Impresionados por lo sucedido, lo refirieron en la Corte de San Jaime a sus deudos, asombrados del poder con el que el dictador contaba en España, por la que creían su capacidad, incluso, para devolver su funcionamiento a una máquina funicular averiada. La anecdota la describió el intelectual progresista Daniel Sueiro, que explicó en verdad lo sucedido: el electricista responsable del funicular se apellidaba, también, Franco.

Otra anécdota concierne a lo sucedido años despues de ser enterrado el dictador bajo una losa de granito de tres toneladas de peso en un sepulcro decorado interiormente con bajorrelieves junto al altar mayor del interior de la basílica de Cuelgamuros. En un subterráneo contiguo a la sepultura, había sido instalada una pequeña estación sismológica, para prever movimientos sísmicos bajo la enorme roca, perforada 250 metros, donde se ubicó la cimentación de la cruz para situar allí la basílica. El caso es que una señora de Murcia que, arrodillada, contemplaba la tumba, vio salir del suelo contiguo una persona y, creyendo que era el mismo Franco resucitado, sufrió un infarto de miocardio. Quien procedía del subsuelo era un empleado de la estación sismográfica.

En fin, a salvo de la resurrección del finado, los españoles de bien no podrán impedir que otros españoles hayan sido capaces de proponer la beatificación de Francisco Franco Bahamonde, incluso a sabiendas de su firma de los miles de ejecuciones «judiciales» , que su mano, imperturbable, rubricó desde 1936 hasta 1975, más los miles más de asesinatos extrajudiciales tolerados por su régimen durante la posguerra de los cuales dan fe las 6.000 fosas comunes donde tantos infortunados fueron irresponsable e ilegalmente inhumados.

Sirva lo narrado no para exacerbar odios ni rencores sino para dar a conocer hechos y atmósferas, graves y alguna bufa, de una posguerra dolorosamente prolongada, sufrida por tres generaciones de hombres y mujeres de España, medio millón de los cuales debieron exiliarse para sobrevivir lejos de su patria. La concordia entre españoles es hoy más necesaria que nunca, desde que ya en 1956, el Partido Comunista de España diera el primer paso hacia su logro, mediante su política de Reconciliación Nacional cristalizada en la Transición de la dictadura a la democracia y culminada, con sus luces y sombras, tras la muerte de Franco. La palabra definitiva la tienen los historiadores. Hagamos votos para que todos, todos, los archivos que contienen aquellos hechos se abran de par en par.

RAFAEL FRAGUAS

Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Central y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.

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