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Ingenuidad delictiva (Parte I)

Ingenuidad selectiiva en el juzgado

Vista lateral de los Juzgados de Plaza de Castilla, en Madrid | fuente: Europa Press

Después de tantos años uno no deja de sorprenderse. Oímos reiteradamente que los tiempos se repiten inmutablemente, unos iguales a otros, y que los individuos de ahora son semejantes a los de entonces. No estoy seguro, o al menos no completamente.

Pongamos por caso; a una mujer con edad suficiente, se la presupone con suficiente prudencia, le desaparece al descuido el móvil mientras viaja por el Metro. Este tipo de hurtos es algo tan cotidiano como las estaciones que se suceden invariablemente unas a otras. Hasta aquí nada extraño.

Es un hecho tan habitual que los carteristas que pululan deambulando por cualquiera de nuestras ciudades lo consideran un acto de carácter laboral, y como buenos profesionales siempre están perfeccionando su oficio.

Lo que sí sale de la norma es lo que a continuación relatamos: La señora en cuestión una vez que se percata de la desaparición de su parlante, piensa que o bien lo ha extraviado o que casualmente su móvil voluntariamente se ha transferido a bolsillo ajeno.

Sin pensarlo, como no puede ser de otro modo, trata de localizar su preciado bien y recuperarlo. Con otro celular (recordemos ya no detenta el suyo) se llama así misma, y por mor de la ciencia una voz muy joven contesta al otro lado. “Ha tenido Vd., mucha suerte, hemos encontrado su móvil”.

Después de los saludos de rigor, agradecimientos varios y no sin sana alegría la Sra. desposeída de su bien queda para ese día, o mejor para el siguiente le dicen, para devolverla el móvil sin dádiva o recompensa alguna. Naturalmente al día siguiente nadie comparece en el lugar de la quedada, excepto la susodicha señora. Ahora bien, la propietaria del bien sustraído perderá por su ingenuidad algo más que su reluciente móvil.

Es persona confiada por lo que no duda de las buenas intenciones del recuperador que al fin al cabo está actuando como ella lo haría. El sustrayente es tan honrado como ella piensa, aunque su profesión consista en rastrear y aprehender los objetos que acompañan a los viajeros en los vagones del metro.

Estos buenos samaritanos aprovecharan la candidez de la dueña, que no ha dado de baja las tarjetas bancarias del móvil, para afianzarse un par de pagos inmediatos mediante sendos bizums que supondrán para la interfecta la perdida inicial de 1000 euros, y ya puestos intentan además la petición de un microcrédito de otros 300 euros, que por suerte en esta ocasión no llegará a buen puerto.

Algún lector perspicaz estará pensando “Ya, pero el bizum habrá ido a parar a una cuenta en la que figurará su titular y las fuerzas de seguridad del estado pronto conocerán quién es el autor del hurto”. El lector tiene razón, pero la historia debe continuar, y entra un tercer componente supuestamente tan inocente como la perjudicada.

Este elemento es el titular de la cuenta a la que ha ido a parar la plata de la víctima. Las autoridades policiales rápidamente dan con este sujeto que acabará ante la Autoridad Judicial como investigado. Y allí, y en presencia de su letrado, da forma completando los hechos y manifiesta: “Que la cuenta efectivamente es suya. Que fue un amigo del que sólo conoce su nombre (ningún otro dato) quién le pidió el favor de que le dejara su número de cuenta porque le tenían que hacer unos ingresos”. El amigo no le dio los motivos de dichos ingresos, y él tampoco le preguntó nada ya que era su amigo”.

Manifiesta el investigado que por supuesto nada recibió de la gestión. Eso sí, y para su suerte, facilita el número de móvil del amigo en cuestión, y fía al azar o a los dioses que pueda ser localizado, responda ante la autoridad correspondiente y pueda él salir de este embrollo.

Este intermediario es muy joven, tiene pinta de buen chaval de barrio, con aspecto ingenuo y alelado, que viene a ser lo mismo, su historia resulta creíble, y se marcha del juzgado con la misma condición con la que entró y con la misión de busca y localización del supuesto responsable, ya que le va en ello la posible participación en la comisión de un delito de estafa. Eso sí, no queda claro de que sea plenamente consciente del lío en que su impericia le ha metido.

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