En cualquier cabeza liberada, lo pasado sirve para que se le recuerde, es decir, se le vuelva a pasar por el corazón y, si es bueno, extraer lo ventajoso; si malo, olvidarlo cuanto antes. Teniendo en cuenta, además, que cualquier período de la historia alguna riqueza siempre deja, aunque sólo sea la vacuna de lo irrepetible.
Cuando, después de cincuenta años, el Gobierno de un País evoca con insignificantes motivos la dictadura que tuvo y que, en su tiempo, fue combatida con la puntita del esfuerzo nada más, es porque desea amedrentar a los paisanos con aquello, enmascarando el presente, que da más miedo todavía.
Jueces en entredicho, libertad vigilada “por nuestro bien”, cadenas subvencionadas sin eslabones visibles, minorías decisivas contra mayorías aplastantes, medios de comunicación de sobres sobresaltados… es una democracia de aguas negras, donde siempre están fuera los mismos peces y dentro, esclavos en la red, los que no supieron nadar sobre la flor de la corriente.
A los que sonoramente discrepan en las dictaduras, los meten en la cárcel; en estas democracias, los llevan al manicomio.