En 1969, cuando Marisa Paredes era una de las seducidas por el señorito Arturo Fernández, estaba guapa, mantenía una especie de atrevimiento a medias en su modo de mirar. Más bien podíamos decir que era una Marilyn Monroe de Cuatro Caminos, que nunca le dijo a Franco “Fuera”, y eso que el Caudillo llevaba ya mucho tiempo (no sé cómo lo pudo aguantar tanto) facilitándole dictatorialmente su hermosa tarea de actriz.
Ahora está deslucida, como todos los de su época. Según me dicen los que estuvieron cerca, sólo le queda un perfume lejano de cuando olía a benevolencia. ¡Pobre Marisa! ¡Cuánto le han criticado por intentar que doña Isabel Ayuso no estuviera en la capilla ardiente de Concha Velasco!
Y es que, queridos lectores, con los años se agudizan las virtudes y los defectos. Y sobresalen ambos dejando más en carne viva la desnudez de lo que molesta. Tened compasión de esta pobre señora que, al parecer, ha cultivado más el error que el acierto.
pedrouve