Hoy: 23 de noviembre de 2024
Los que saben, con toda razón nos enseñaron que la Historia es maestra de la vida, aunque otros mantengan que es una hoja inacabable de mentiras encuadernadas. Yo sigo sosteniendo que tan difícil es creer las verdades como las mentiras: sólo la fe alumbra los pliegues de la vida a la hora de discernir y tomar las oportunas decisiones.
Alcibíades, sin embargo, fue un personaje histórico del que hoy aprendemos, por más que viviera en el siglo V antes de Cristo.
A nadie se le escapa que escribo de un general ateniense, de aristocrática familia, que cambió sucesivamente de partido, de ilusión y de estrategia, según le convenía. De Atenas pasó a Esparta al sentirse perseguido y poco valorado; de Esparta huyó a Persia fugado por parecidos motivos y, tras muchas y sucesivas incursiones, más por interés que por afectos, fue restituido a su patria verdadera ya que, en palabras de Aristófanes, Atenas le anhelaba con la misma fuerza que lo repelía.
Los errores de su exilio
Al regresar, Alcibíades fue muy cuidadoso de no cometer los mismos errores que motivaron su exilio, volviéndose prudente y religioso. Uno se lo imagina como el don Guido de Machado: “aquel trueno, vestido de nazareno”.
La habilidad de Alcibíades en su oratoria le permitió mentir constantemente, sin que los demás pudiesen apreciar de inmediato la falacia de su discurso. De ahí que alcanzara nuevamente alturas inimaginables en el gobierno de las milicias y consejerías de los que acudían a él como táctico del pensamiento.
Pero como todas las argucias terminan descubriéndose y a Alcibíades le costaba cada vez más encubrir sus engaños, decidió cortarle el rabo a su perro. Asombrados sus amigos le preguntaron el porqué de semejante travesura:
-Mientras todos hablan del rabo de mi perro, se olvidan de las corrupciones y del mal ejercicio de mis responsabilidades, contestó
Se sabe que amaba entrañablemente a su esposa Timandra, aunque los hermanos de una bellísima joven creyeron que Alcibíades la perseguía para tomarla como amante y quemaron su casa de madrugada, provocando que el famoso general se tirase al vacío huyendo de las quemaduras: una hilera de flechas envenenadas le atravesó el costado y se quedó mirando a los culpables, perplejo por creer que vivía la pesadilla de un mal sueño.