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El desfile de sus señorías

Foto de Bas Masseus

Me entreno diariamente en el difícil arte de opinar sin ofender. Reconozco la enorme complicación que supone tener los ojos abiertos y no parpadear con las palabras. Sigo arriesgándome, no obstante, con
respetuosas precauciones.

En lejana ocasión un entrañable amigo senador socialista me invitó en Madrid a almorzar después de una sesión de trabajo. Sofocante el día de junio en el que yo iba con camisa de manga corta y él con impecable traje gris y ancho nudo de corbata: “el vestuario dignifica a los que represento”, se justificó al pedirle que se desabrochara, al menos, los primeros botones de la camisa.

El desfile de irreverentes en el Congreso de los Diputados va a más: zapatillas de deporte, vaqueros deshilachados, camisas abiertas, ministras despeinadas… con esas hechuras, quizá nos adelanten su modo de pensar y de expresarse en la tribuna. Y para agravar el delirio de la pasarela, la presidenta se nos viene, en el pleno de la esquiva investidura, con un vestido de tirantes muy adecuado para ir a discoteca o similares… Es una burla que a algunos diputados se les siga llamando “señorías”.

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