Los candiles se hacían de cobre o de hojalata. Su forma de naveta era empujada al río de la luz por la sombra de la llama. Minúsculo incendio de las madrugadas, los candiles no tienen más pretensión que ser indicadores de la claridad. Jiménez Lozano, en su Mudejarillo, se pregunta ¿qué creéis vosotros que son las estrellas, sino candiles encendidos?
La semana pasada me dio por contar los candiles que llevo publicados en Fuentes Informadas y ya han superado los doscientos. Reconozco que mantener un fueguecillo ardiendo, por pequeño que sea, durante tantos días, es fruto de la perseverancia contemplativa que enhebra la sabiduría de siempre con las circunstancias que precisan de señales necesarias.
Dios sabrá los candiles que me quedan por escribir. Nunca me propuse con ellos deslumbrar, más bien compartir con todos, entre un aplastamiento de sombras, una iluminaria que no quema.