Ante el empeño de cualquier análisis, aparecen grietas en la inteligencia de los humanos, en sus discursos o manipulaciones, por donde se escapan oscuros los ríos de la mentira.
Tuve un maestro que insistía ante nuestro deseo de razonar las circunstancias: “Todo depende de los vientos, ellos son los que cambian la postura de las ideas, reemplazan la salud por enfermedades, añaden largueza a las tardes en verano”… La magia, pensaba yo entonces, consistiría en saber sujetarlos a tiempo y que no cambien de posición los sitios preferidos ni nos traigan las tempestades que lo destrozan todo, como queriendo estrenar una civilización en blanco sin jardines y sin ideas.
La mayor angustia que puede sufrir un pueblo, como el nuestro ahora, es depender de los vientos del cierzo empujadores, capaces de echar abajo una torre que se levantó esforzadamente, con todos sus amores y familias dentro. Vientos empapados de traición con leyes a medida. Vientos de injusticia, remolinos de sangre en las ideas… Sí, todo depende de los vientos y de la mano que los empuja.