Cuando la ignorancia y la hipocresía fusilaron el amor en Argentina

29 de mayo de 2024
7 minutos de lectura

El pasado 17 de mayo se cumplieron 40 años del estreno de la película Camila que inmortalizó un amor prohibido de la Argentina del siglo XIX y mostró uno de los asesinatos más aberrantes de la sociedad argentina.

La película taquillera que quedó en la retina de los argentinos fue protagonizada por el español Imanol Arias y la argentina Susú Pecoraro, pero fue más que un film, puso en debate una forma de vida. El enamoramiento de una joven de familia patricia y de un sacerdote obliga al caudillo Juan Manuel de Rosas para poner orden el 18 de agosto de 1848.

Romper las reglas sociales siempre fue una aventura de alto riesgo y más aún si el gobernante de turno era nada más y nada menos que un líder popular como Juan Manuel de Rosas (1793-1877). Este fue el caso de la niña aristocrática y del sacerdote jesuita que se conocieron en una tertulia de la alta sociedad rioplatense para enamorarse tan perdidamente, que osaron esquivar todas las varas impuestas por una sociedad ultraconservadora, y dar riendas sueltas al sentimiento más fuerte y puro.

Camila O’Gorman nació el 9 de julio de 1825 en Buenos Aires, y era hija de una encumbrada familia francesa de gran influencia social liderada por Adolfo O’Gorman y Joaquina Ximénez Pinto. Camila fue la quinta de los seis hijos de la pareja. Uno de sus hermanos, Eduardo, sería sacerdote, compañero de seminario e íntimo de Ladislao Gutiérrez, amante de su hermana.  Desde el mismo momento en que la niña vio la luz y dio sus primeras bocanadas de aire fresco, sintió llevar el dominio de la bandera genética de su famosa abuela: Marie Anne Périchon de Vandeuil, conocida popularmente como “La Pechichona”. La bella francesa fue desterrada en más de una oportunidad a Río de Janeiro (Brasil) por demoler los corazones sensibles de hombres de bastón y galera y dinamitar los celos de mujeres encumbradas, cultas, religiosas e influyentes que cobraban venganza con su destierro.

Fue ella “La Perichona” la que enamoró perdidamente a Santiago de Liniers, héroe de la reconquista durante las invasiones inglesas. 

Cuenta Paul Groussac que mientras avanzaba Liniers al frente de su columna, el 12 de agosto de 1806 (Primeras Invasiones Inglesas), al llegar a la calle de San Nicolás (hoy Corrientes) en Buenos Aires, desde los balcones Anita (La Perichona) arrojó a sus pies un pañuelo bordado y perfumado en señal de admiración al vencedor. Liniers lo recogió con la punta de su espada y con el pañuelo en alto, contestó el saludo con un movimiento marcial. Viudo dos veces y cincuentón enamorado, pronto tuvo relaciones con ella.

Como Camila y Ladislao, Liniers vivió su romance con la “Perichona” en su casa ubicada en la esquina de Reconquista y Corrientes, ante el murmullo incómodo y molesto de una sociedad que todo lo veía y juzgaba. Años después el militar fue fusilado en “Cabeza de Tigre” provincia de Córdoba y la dama terminó sus días recluida en un altillo de una estancia, donde falleció un 1° de diciembre de 1847, a los 72 años, recordando ese amor tan intenso y otros menos conocidos. 

Por su parte, el jesuita Ladislao Gutiérrez nació en Tucumán en 1824, siendo huérfano desde temprana edad.

Con el aval de su tío, el entonces gobernador de su provincia natal, Celedonio Gutiérrez aliado de Rosas, comenzó sus estudios de fe, lo que lo llevó a ser sacerdote y emprender un viaje a Buenos Aires.

Así que el gobernador envió a Buenos Aires al joven cura con algunas cartas de recomendación para facilitar sus gestiones. El, entonces, secretario del Obispado, Felipe Elortondo y Palacios, lo recibió en su casa por un tiempo. Ladislao se incorporó a la parroquia del Socorro, a la que asistía Camila, actualmente, esquina de Juncal y Suipacha, pero entonces era una zona de quintas y frutales.

En el Socorro, Ladislao conoció primero a Eduardo, su confesor, que lo invitaba a las cordiales tertulias de la casa familiar.

Es en esas circunstancias donde Ladislao conoció a Camila. Poco a poco la joven fue enamorándose.

Ella era una adolescente rebelde, en su época, las niñas de la alta sociedad no iban solas a misa, ni a las actividades sociales, sin embargo, ella lo hacía.

Al poco tiempo ambos se enamoraron.  El corsé de la sociedad era demasiado estrecho para un amor tan fogoso. 

Fuga y persecución

No habían transcurrido más de diez días que los O´Gorman habían perdido a Anita Perichón, abuela de Camila, cuando los amantes decidieron huir para salvar su amor de las garras filosas de una sociedad, que todo lo tapaba con sangre. La tierra prometida era Río de Janeiro, ese lugar mágico del Brasil descrito tantas veces por “La Perichona” en sus destierros; Pero antes debían sortear Luján, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Misiones. Era el 12 de diciembre de 1847, cuando escaparon a caballo, con unos pocos ahorros, algo de provisiones, y la premisa “hasta que la muerte nos separe”. Galopan por los caminos polvorientos. Camila y Ladislao huyen del hartazgo, de la relación clandestina, pero principalmente del infierno que podían vivir si ambos si eran descubiertos. Antes de la partida y para confundir su destino final, Ladislao informó a sus superiores que ese día en horas de la noche debía estar en Quilmes, al sur de Buenos Aires, para un servicio religioso. Pero lo que él y su amor secreto en realidad hicieron fue enfilar hacia San Fernando, veintidós kilómetros al norte de la ciudad, en cuyo puerto abordaron un barco.

Al llegar a Santa Fe apelaron a una gran estrategia; Se presentaron sin documentos, juraron haberlos perdido ante el capitán de la goleta Río de Oro, quien les extendió el pasaporte a nombre de quienes no eran: Valentina Desan y Máximo Brandier.

La compra de provisiones, el pago de pasaportes falsos, los costos del viaje en barco y otras menudencias terminaron por devorar en poco tiempo los escasos ahorros. Sólo en algunos días lograron recorrer un poco más de 600 kilómetros. Era el 22 de diciembre cuando llegaron al pueblo de Goya, en la provincia de Corrientes, sin provisiones ni dinero.  Una vez allí, los enamorados utilizaron los nombres que figuran en sus pasaportes: Valentina Desan y Máximo Brandier. Más tarde abrieron la primera escuela del lugar, lo que los hizo muy queridos entre los pobladores. La noticia sobre la presencia de los maestros, generó en la región una necesidad de enviar a sus hijos a estudiar.  

En Buenos Aires, La desaparición de ambos generó sospecha. Los O´Gorman preocupados por la repentina desaparición de Camila, acudieron a la iglesia en busca de noticias. El provisor del Socorro Manuel Velarde, a quién Ladislao Gutierez le había informado sobre su viaje al sur de la provincia, no tuvo dudas de los que se trataba y no tardó en informar al canónigo Elortondo y Palacios y al obispo Mariano Medrano. La noticia voló como un rayo al escritorio del Gobernador Juan Manuel de Rosas: “no se mueve ni un chingolo en esta pampa sin que se entere el gobernador” dijeron los canónigos que no tardaron en pedirle al “Restaurador de las Leyes”, un castigo ejemplar ante tan atroz crimen. 

Adolfo O’Gorman, padre de Camila, se encontraba en su estancia de “La Matanza” cuando fue notificado por su hijo sobre la decisión de la joven aristócrata y el cura. El hombre había sufrido gran parte de su vida la vergüenza de las desventuras de su madre (La Perichona), por lo que estalló de ira y sin más regresó a su hogar donde le escribió una carta a Rosas: “Me tomo la libertad de dirigirme a VE por medio de esto, para elevar a su Superior conocimiento el acto más atroz y nunca oído en el país, y convencido de la rectitud de VE hallar un consuelo en participarle la desolación en la que está sumida toda mi familia. (…) Así señor, suplico a VE de orden para que se libren requisitos a todos los rumbos para precaver que está infeliz se vea reducido a la desesperación y conociéndose pérdida, se precipita en la infamia” hallo un consuelo en participarle la desolación en la que está sumida toda mi familia. (…) Así señor, suplico a V.E. de orden para que se libren requisitorias a todos los rumbos para precaver que está infeliz se vea reducida a la desesperación y conociéndose pérdida, se precipite en la infamia”.

Tras enviarla, volvió hacia su familia que miraba espantada la decisión que el gobernador podría tomar y les dijo: “Se que no está arrepentida; Es igual a mi madre”. 

En el periódico El Comercio del Plata, Valentín Alsina inició una serie de ataques que presentaban el caso como una muestra del grado de “corrupción” que reinaba en Buenos Aires. Pronto, desde Chile, se sumó Sarmiento, quien en El Mercurio se desgarraba las vestiduras: “Ha llegado a tal extremo la horrible corrupción de las costumbres bajo la tiranía espantosa del Calígula del Plata, que los impíos y sacrílegos sacerdotes de Buenos Aires huyen con las niñas de la mejor sociedad, sin que el infame sátrapa adopte medida alguna contra esas monstruosas inmoralidades”. 

En tanto, Bartolomé Mitre, desde Bolivia, señala que “se sabe que las Cancillerías extranjeras han pedido al gobierno criminal que representa a la Confederación Argentina, seguridades para las hijas de súbditos extranjeros que no tienen ninguna para su virtud”. 

Juan Manuel de Rosas, recibe estas notas como verdaderas puñaladas contra su ser infranqueable por lo que la necesidad de una venganza extrema y un castigo ejemplar resuenan en sus entrañas como el campanario que llama a misa. 

Veintidós años después de ordenar el fusilamiento, Rosas en su eterno exilio en Southampton (Inglaterra) le dice a su yerno Terrero “Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y Camila O’ Gorman, ni persona alguna me habló ni escribió en su favor, por el contrario, todas las personas primeras del Clero me hablaron o escribieron sobre este atrevido crimen y la urgente necesidad de un castigo ejemplar, para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creí lo mismo. Y siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución”.

Poesía de autor anónimo

Un mítico romance de atónita belleza
de lucha y entrega engloria al que va a la conquista
de aquello que sabe inconquistable
sabe que será vencido pero camina con paso implacable
hacia su destino fatal
cuando lo vemos pasar en su aparente inutil conquista
podremos decir: “allá va arropado en sueños varios”.
Sólo él sabrá en su ignorancia que ser vencido cobija dignidad
y que las almas manchadas de tristezas llevan el silencio de la pasión
y de un dolor que será siempre desconocido para los demás
desconocer el posible amor es una pérdida fatal.

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