En nuestros veranos de niños pasaba un carro por las mañanas con barras de hielo a dos pesetas, que se colocaban en la parte superior de aquellas neveras donde apenas cabía la leche y algo de frutas. Sandías, sobre todo en verano. A la hora de partirla, nuestro padre señalaba con el cuchillo el corazón verde y rojo, lo apartaba para que las tajadas quedaran lo más ajenas posible al centro, tan escarchado y jugoso. Nosotros mirábamos la parte de corazón que aún quedaba en el gajo dividido, escasamente.
Siete partidos políticos independentistas se presentan a las elecciones catalanas. Todos miran de reojo lo mejor de la fruta, que ha de llevárselo quienes decidieron aquello de “divide y vencerás”. La señora Ponsatí, con pinta de maestra rural o de tía solterona que fabrica en casa mermeladas para los sobrinos, ha creado también un partido político, ella, sonriente siempre al lado de Puigdemón, como una diosa desvencijada.
Alguien les habrá avisado que no hay corazón para todos, apenas una raja endeble que les permita a cada uno refrescarse la boca, es decir, seguir con un silloncito y una secretaria, riéndose de todos con el cuento chino de la independencia.