En Política para Amador, enseña Fernando Savater que los antiguos griegos, a quien no se metía en política, le llamaban idiotés, que significa una persona aislada, sin nada que ofrecer a los demás, obsesionada por las pequeñeces de su casa y manipulada a fin de cuentas por todos.
Idiotés puede llamarse también a los acomplejados que no se paran a distinguir las voces de los ecos y les hacen más caso al qué dirán de los adversarios si se llegasen a juntar con quienes deben. Entre los pusilánimes y los cínicos hay una extensa variedad de posibilidades. Generalmente el contrario oculta los fuegos propios incendiando los campos ajenos.
Astutos como serpientes y sencillos como palomas, dice el evangelio. De idiotés, lo menos posible.