Hoy: 27 de noviembre de 2024
En nuestros bachilleratos se estudiaba Historia de la Filosofía Antigua y, entre aquellos insignes del pensamiento, yo recuerdo mi preferencia por los cínicos. Sócrates fue con toda seguridad el más prestigioso de los filósofos precristianos. Demócrata convencido y religioso aún más, fue condenado sin embargo, por perjuro y corruptor de jóvenes, a morir envenenado con cicuta. Delante de un grupo de amigos se bebió la copa de su muerte, con tanta serenidad y grandeza, que algunos de los presentes, como Antístenes, quedaron profundamente conmovidos ante lo que llamaban los griegos ataraxia.
El asombro de Antístenes ante la majestad de Sócrates, le llevó a fundar una escuela de Cínicos, tomando el nombre del lugar donde se encontraban. Los cínicos querían demostrarse a sí mismos que el hombre, por sus propias capacidades, puede valerse sin necesidad de riquezas ajenas, en la austeridad más absoluta.
Ese individualismo ha derivado hoy en prepotencia, egolatría, falsedad y descaro. Aquella abstinencia se ha convertido en un latrocinio desmedido. Los cínicos de ahora pretenden robarnos hasta la libertad y, al que no esté de acuerdo, cicuta con él.