En el madrileño Café de Gijón, caro al bolsillo de cualquier poeta, dicen que Salvador Dalí le pedía a Federico García Lorca que le ayudase a cazar moscas: cualquier cosa que le sugiriera el pintor se lo alcanzaba sin titubear el granadino. Luego, Dalí, con la mosca estrellada en la cartulina, se inspiraba en los próximos bocetos de los atrezos teatrales que tenía pendientes.
Machado fue más respetuoso con las moscas y nos dejó su zumbido de vagabundas en los libros encantados y en los párpados yertos de los muertos. En el salón familiar continúan ellas por si pueden enamorar a los silencios.
Hay otras moscas de perfil genital, que no sabe uno como pudieron colarse en semejante espesura. Aquellos que las sufren nos han comentado la insistencia de su picadura incansable… Lo peor es que ahora no podemos llamar a Federico para que nos ayude a cazarlas.