Sobrevivir al bullying

18 de mayo de 2025
6 minutos de lectura
Varias personas con carteles durante una concentración de apoyo al joven con parálisis cerebral que sufrió bullying por parte de cuatro alumnos. | EP

Fueron los peores años de mi vida, con vuestras mofas sobre mi aspecto yo tenía gafas y andaba un poco encorvado

¿Somos de verdad compañeros? ¡El bullying demuestra que no! Se conocen algunos casos porque, aparecen en las primeras páginas de algunos periódicos, por su gravedad, y su triste final, lo cierto es que debemos concienciarnos todos, ante ese maltrato, que destroza las vidas de muchos que lo han padecido.

Teníamos la costumbre de reunirnos todos los años en la misma fecha y ese año nos citamos en una bonita ciudad donde la mayoría habíamos nacido. Muchos no residíamos en ella desde hacía años por nuestros trabajos fuera y algunos encontraron su trabajo aquí.

Comimos en un estupendo restaurante donde disfrutamos de la magnífica cocina que ofrecían. La conversación transcurría muy interesante y jocosa, estábamos en la sobremesa, después de la estupenda comida, éramos compañeros y amigos, desde el colegio, y crecimos juntos.

Hacía tiempo que no nos veíamos y la verdad es que nos sentíamos a gusto y felices por el reencuentro, aunque procuráramos repetir, siempre que podíamos hacerlo.

Vinieron los ocho, éramos diez, pero dos se los llevó «la parka,» cumpliendo con su cometido, después de un accidente de tráfico. Los recordábamos siempre y brindábamos por ellos. La conversación transcurría animada, entre risas, por las muchas anécdotas de unos y otros.

Cuando nos sirvieron el café, ya teníamos metida la marcha a tope, y como es habitual en estos tiempos, hablamos de nuestras vidas y trabajos. Los que trabajaban fuera del país, estaban muy satisfechos con sus trabajos y sueldos, el trato con sus compañeros de trabajo era muy correcto, pero contaban como la nostalgia por su tierra, les invadía de vez en cuando.

Los demás, nos quitábamos la palabra, unos a otros, contando cómo trabajábamos aquí, algunos con dos trabajos para poder completar el salario necesario, para vivir con un poco de holgura.

Los que nos dedicamos a la enseñanza, contábamos las múltiples anécdotas que nuestros alumnos en las clases, nos ofrecían en bandeja. Todas, gracias a los libros de texto tan diferentes a los que habíamos manejado tiempo atrás, donde habíamos recibido los conocimientos necesarios para poder transmitirlos a nuestros alumnos.

En el fragor de la conversación no nos percatamos de la entrada de un hombre en el restaurante, que con parsimonia, se acercó a nosotros con gesto amigable, todos nos quedamos callados observando la acción del allí presente, fueron unos segundos hasta que se presentó dando su nombre, pero no nos sonaba en absoluto. Él se sorprendió, porque ninguno de los allí presentes, lo recordaba, entonces, con tranquilidad y palabras pausadas nos hizo recordar, como le hicieron la vida imposible diez alumnos de aquél colegio, donde todos fuimos hasta entrar en la universidad.

Nosotros nos presentamos dándole la mano uno a uno y le pedimos que nos acompañara, se sentó a nuestra mesa y le preguntamos de dónde era y por qué le debíamos conocer, aunque dentro de nosotros, algo se estaba despertando.

Le llenamos la copa, esperando sus explicaciones, con una verdadera expectación y nos dispusimos a escucharle. Comenzó diciendo: «Fuisteis alumnos del colegio donde yo también estudié, y nunca os he olvidado a ninguno de vosotros, incluso a los que ya no están, y siento de verdad su muerte».

Fueron los peores años de mi vida, con vuestras mofas sobre mi aspecto yo tenía gafas y andaba un poco encorvado, teníamos catorce años y esa situación se repetía desde varios cursos atrás.

Aun recuerdo el día que me quitasteis las llaves de mi casa y dormí en el portal porque mis padres estaban de viaje y no quería asustarles, también cuando me rompisteis las gafas al darme un manotazo concertado por vosotros, pasé dos días viendo mal, también cuando me encerrasteis en aquel baño y por la parte de arriba me tirasteis agua y pasé el resto de las clases mojado, y nadie hizo nada por mí.

A mí no me recogían mis padres con el coche al salir del colegio trabajaban los dos y continuó diciendo, y lo bien que os lo pasabais vosotros, señalando a dos hermanos, pasando por los charcos riéndonos a carcajadas, para salpicarme con el coche conducido por vuestro hermano mayor, más descerebrado que vosotros, lo más patético, es que la tomasteis conmigo.

Y ese, señalando a otro, que al salir del colegio me arrancó la mochila haciéndome caer en mitad de la carretera y por poco, me pasan los coches por encima. Por suerte para mí, yo era un buen estudiante y vosotros entonces, bastante mediocres, aguanté vuestros embistes y salí del colegio con muchas carencias de autoestima, pero con muchas ganas de poder perderos de vista.

En ese momento cambió su voz y poniendo sobre la mesa su pasaporte nos preguntó que éramos hoy cada uno de nosotros, y si habíamos logrado aprender a mejorar, como personas.

Por fin recordamos todos de quien se trataba, la verdad es que mejor no recordarlo, de hecho lo habíamos olvidado, pero el pasado vuelve con toda su crudeza y nos empezamos a sentir muy mal. Habíamos sido unos verdaderos canallas con aquel chaval tímido, que lo único que quería era estudiar y pasar desapercibido.

Ahora con treinta años más nos resultaba vergonzoso aquel detestable comportamiento nuestro, nos quisimos disculpar, sin casi salirnos las palabras, pero él no nos dejó hacerlo.

Se puso en pie y mirándonos a todos nos espetó diciendo que… Gracias a vuestro maltrato me esforcé en prepararme para poder limpiar de injusticias, como las que cometisteis conmigo durante nuestra adolescencia y que hoy en día se repiten por desgracia en todos los estamentos, sean del tipo que sean.

Lucho con todos mis conocimientos para poder borrar ese despreciable comportamiento de los indeseables que se jactan destrozando las vidas de muchos, para su futuro. Quedan marcados de por vida, doy fé, me he encontrado con vidas rotas y algunas perdidas para siempre, por ese maltrato constante de algunos indeseables. Después de muchos años de estudio y ganadas unas duras oposiciones, he logrado ser juez.

Ejerzo como juez de menores y puedo aseguraros que soy implacable con los que humillan a los más débiles, como yo lo fui en aquel tiempo, y no solo en colegios, hombres y mujeres sufren en sus trabajos ese acoso destructivo que llega a trastornarles mentalmente, empleando diferentes maneras «maquinadas» en muchos casos, por envidias incontroladas para hundir, al que les pueda hacer sombra.

Visito colegios, con el único propósito de escuchar a chicos y chicas en solitario y así descubrir verdades muy tapadas, incluso por algunos directores de colegios y la desidia de algunos docentes, al no querer ver lo evidente, solo por conservar sus puestos. El destino ha sido bueno conmigo y me ha dado la oportunidad de encontraros y poderos hacer recordar vuestro maltrato absurdo, contra alguien que solo pretendía estudiar en paz, podía haber sido tiempo para recordar con satisfacción y me resultó terriblemente, largo y doloroso…

Todos nos quedamos callados y avergonzados, bajamos la cabeza y en ese momento vinieron a nuestras mentes retazos de aquellos tremendos hechos, vividos contra un compañero indefenso y nos vimos como unos seres despreciables.

Pensamos en nuestros hijos y nos concienciamos de como debíamos hacerles ver, que nunca se debe menospreciar a nadie, la envidia es la peor arma que pone en evidencia a esos maltratadores, que en verdad se sienten inferiores, por esa razón, suelen buscar apoyo en otros de similares y perversas mentes.

Nos levantamos de nuestros asientos, consternados, lo rodeamos haciéndole ver nuestro gran pesar. Es muy curioso como somos capaces de borrar el mal hecho en algún momento de nuestras vidas. Nos tomamos juntos el café y fuimos capaces de conversar
amigablemente.

Que pena que en nuestros años de colegio no hubiéramos tenido algún profesor cerca y con verdadera conciencia, como enseñante, para darnos lecciones de compañerismo, pero prefirieron mirar, para otro lado y así nos quedaron las cicatrices, a los unos y a los otros, los maltratadores, llevarán ese estigma de por vida y los maltratados, ese mal recuerdo, que en cada fracaso personal les surgirá de nuevo, machacando su autoestima.

Después de demostrarle nuestro pesar nos despedimos. Hoy hemos logrado ser amigos de verdad y sin «tapujos.» Nos reunimos siempre que podemos y él es, uno más de los nuestros.

Luchemos para desterrar el bullying, no solo en los colegios en el trabajo etc… Todos, contra la agresión, intimidación hostigamiento, hacia otros. ¡Nadie es más que nadie! Por mucho que valga una persona, nunca tendrá valor más alto que el valor de…¡Ser Persona!

Enseñar a vuestros hijos, a ser personas con valores. Se aprenden en nuestros hogares y se expone, donde la relación con los demás sea primordial, para poder tener, un buen entendimiento.

2 Comments Responder

  1. Magnífico escrito que deberíamos leer todos y cuando digo todos es todos pues muchos hay que no son conscientes de que tus actos del pasado te atormentarán siempre si encuentras como adulto tu conciencia y si no te darán en algún momento de lleno en la cara Por eso hay que ser digno siempre para no ser un mierda en el futuro

  2. Sé que me sigue y se lo agradezco Yomisma.
    Me gustan sus comentarios.
    Siempre dando en el centro de la diana, sin silenciar nada.
    Un saludo Gracias.

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