A Granada, el agua le rueda incesante por los nervios de la piedra, por la penumbra del Darro, por las calles que desfilan zigzagueantes en busca de la nieve. El misterio no deja a Granada que se desperece y nadie, por eso, podrá clavarle dardos conquistadores en el pecho.
En su legítimo afán de unificar los pueblos de España, Isabel y Fernando aguardaban en las llanuras de Santa Fe el descuido de Boabdil, su debilidad más bien, para robarle las llaves de la Alhambra. Su madre, Aixa, viendo como Soraya, la favorita de su esposo, tomaba poderes en la Corte, regresó al Palacio para advertirle a su hijo que estaban en peligro los jardines, las fuentes y los sitios donde el amor se paseaba entre arrayanes y rosas. Boabdil prefirió seguir contemplando antes que escucharla.
Toda esta fijación de conquista se urdió en las llanuras de Santa Fe, donde parece que la Reina Católica prometió no cambiarse de camisa hasta que fueran suyos los granos de la Granada… Las gentes salían a las puertas de sus casas, con las banquetas bajo el brazo, y todo lo comentaban. Ahora no se puede en Santa Fe salir a la calle los veranos con la silla de siempre, a conquistar la convivencia, porque multan.
…En Veraluz no han florecido aún los disparates.
Pedro Villarejo