El flamenco tiene la virtud de condensar en una sola frase todo un sistema de pensamiento. Basta escuchar el desgarro de una seguiriya, de una soleá, de un taranto… para saber que, tras la letra, vive un amor deseado, el llanto de una infidelidad o el dolor de una ausencia.
Pongo un ejemplo: “Los besos que no te di, te deben estar doliendo como me duelen a mí”. Otro: “La noche del aguacero dime dónde te metiste que no te mojaste el pelo”. En esa estrechura de palabras cabe el mar de la vida con sus peces dentro, con sus cuevas secretas.
Una propuesta. Que nunca nos duelan los besos que no supimos, que no quisimos, que no pudimos dar. Y sí aquellos de Judas que también fueron nuestros.