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Argentina empañada

Bandera de Argentina. | Billiken

Me resisto a escribir sobre Argentina porque me duele en el alma imaginar en el declive la ráfaga amarilla de sus taxis; el Teatro Colón, desorientado; sin ilusión apenas, las grandes avenidas de Buenos Aires, perfumadas de azul por los jacarandás y el olor a sangre detenida que Borges derrama cada vez que llueve la atinada palabra.

He conocido en Rosario la bandera y el río que me llevaban en volandas por las arboledas. La estación y unos amigos en Santa Fe, adonde me quedaba a escribir los días en que iba de paso buscándome a mí mismo. Tucumán y Santiago del Estero, llenos de una ilusión que nunca terminaba de confirmarse. Corrientes sin olvidar el lejano apetito de su independencia. Disfruté en Mendoza: a los árboles allí se les conoce por su nombre y el vino los riega para que bailen cada tarde con el viento. Vivo desde aquí La Pampa interminable y los tangos adormecidos en todas las gargantas… ¡Ay, cuánta vida ensortijada en sus caminos!

Desde que la conozco, Argentina no acierta en las encrucijadas. Su gente, tan entrañablemente hermana, no merece este vaivén de despropósitos, esta vieja herida que nunca cicatriza.

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