Aníbal, el hombre que se destruyó con su propio veneno
A sus once años, Amilcar, su padre, le pidió en juramento: “Nunca estés a favor de los romanos, combátelos siempre”. Y en aquella Cartago de azules infinitos, a casi dos siglos del cristianismo que venía, Aníbal se llenó de venenos para emplearlos a fondo contra sus enemigos.
Su estrategia le sirvió para ganar muchas batallas, hasta que Roma dominó el Mediterráneo y Aníbal no tuvo ya donde esconderse. Antes de caer en otras manos que también le repudiasen, se bebió el frasquito de la muerte que siempre llevaba consigo.
…Angustiada vida la del que no procura otra cosa que el odio a los de enfrente. Termina, sin necesidad de otros venenos, desde sí mismo envenenado.