Adiós Franco, adiós

29 de diciembre de 2025
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Entierro en el Valle de los Caídos del dictador Francisco Franco. | Europa Press

Es duro averiguar que una persona tan mediocre se alzara al poder en un país que alumbró genios de la estatura de Trajano…

Sí. Ha sido un año en el que el dictador Francisco Franco ha acaparado mucho espacio en titulares y textos. Y no lo merecía. Sí lo merecía el recuerdo de sus execrables actos, no su persona. Por eso, cincuenta años después de su muerte, es hora ya de que abandone nuestros pensamientos. Bastante presente estuvo en ellos durante demasiado tiempo. Vamos a intentarlo. Mas conjurar un mal para siempre, como es mi deseo, exige nombrarlo primero y ponerlo en fuga después.

Es duro averiguar que una persona tan mediocre se alzara al poder en un país que alumbró genios de la estatura de Trajano, Séneca, Isidoro de Sevilla, Teresa de Jesús, Fernando de Aragón, Juan Bautista de Toledo, Garcilaso de la Vega, Íñigo de Loyola, Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas, Miguel de Cervantes, Félix Lope de Vega, Diego Velázquez, Baltasar Gracián, Juan de Villanueva, Gaspar Melchor de Jovellanos, Francisco de Goya, Donoso Cortés, Agustín Argüelles, Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós, Leopoldo Alas, Emilio Castelar, Francesc Pi y Margall, Clara Campoamor, Ramón del Valle-Inclán, Joan Maragall, Manuel Azaña, Manuel de Falla, Pío Baroja, Pablo Picasso o Federico García Lorca… entre muchos otros y otras. ¿Qué tuvo de común con ellos Francisco Franco Bahamonde? La respuesta es: Nada. Nada en absoluto.

Pero, paradojas de la subpolítica, el ferrolano se alzó con el poder: una cohorte de aduladores, civiles y militares, creyéndolo marioneta, lo encumbró hasta un pedestal del que jamás bajaría hasta su ominosa muerte a manos de sus adláteres que prolongaron su agonía de forma tan premeditada como inhumana un 19 de noviembre de 1975.

Malas obras, malos recuerdos esparció por doquier. No le tembló el pulso a la hora de firmar decenas de miles de sentencias de muerte que le filtraba el antiguo amigo de Lorca, luego connotado cómplice de dictador, el notario y jurídico militar Lorenzo Martínez Fuset (1899-1961), con la inestimable ayuda de algunos desalmados jueces instructores. Franco ni siquiera tuvo compasión por el médico republicano y amigo personal suyo, Alfonso Gaspar Soler que, en junio de 1916, en plena guerra del Rif, en la Cabilia de Anyera, en África septentrional, le libró de una muerte segura cuando Franco yacía herido de muerte en un hospital de campaña. “No hay lugar para el sentimentalismo”, respondió el autócrata a una señora que quiso interceder por la vida del médico implacablemente segada frente a un paredón por los alzados contra la República.

Los maestros republicanos fueron, señaladamente, pasto de su crueldad. Es difícil saber con exactitud a cuántos de ellos envió a los paredones o al exilio, exterior o interior, aunque hay estudios cada vez más detallados que dan cuenta de la terrible sangría causada. Lo peor de aquella razzia inmisericorde contra las aulas y las cátedras fue la postración en la que dejó a la Ciencia, al Saber y al Pensamiento de españoles/españolas y, por sobre todo, el estado en el que cayó la educación cívica, florón de la Escuela Republicana, que jamás remontaría el abandono en el que, a golpe de bayoneta, se vio sumida. Los coletazos de aquella atroz impostura aún se perciben en determinados comportamientos ideológicos y electorales que planean sobre la realidad española, ampliamente despolitizada e idiotizada entonces bajo la oscura -y prolongada- estela dictatorial.

Pese a todo, Franco Bahamonde entraba bajo palio en los templos escoltado por obispos e incensado por disciplinados diáconos y monaguillos. Si. Obispos, religiosos y religiosas habían sido asesinados durante los primeros meses de la guerra civil en el área republicana. Pesaban siglos de señoritismo, de opresión física e ideológica, de miseria y de incultura en los campos, en los pueblos y las ciudades… Aquel atroz, sí, atroz, descontrol duró hasta que las autoridades republicanas lograron restablecer el orden desarbolado por los golpistas alzados en armasen julio de 1936. Enfrente, sin embargo, muchos miles más de obreros, campesinos, estudiantes, docentes, mujeres, republicanos o no, también fueron asesinados en la retaguardia a manos de los alzados con Mola, Franco y de sus fuerzas de choque.

Tras el brutal legado de las guerras, al concluir la contienda, lo que consumó aquella previa barbarie fue la sinfonía de sangre derramada en la España de Franco durante 39 años de posguerra, por expreso deseo del dictador. Se trataba de extinguir toda posible renuencia a plegarse a los designios del sátrapa. Y casi lo consiguió.

Empero, la resistencia cuajó primero en las montañas, con la guerrilla, para descender luego a las fábricas, a las aulas, incluso a los templos donde hasta entonces se había enseñoreado el régimen liberticida. Afrontando una represión despiadada, el pueblo españolo alzó la cabeza y derrotó al régimen en la calle, arrebatándole la falsa legitimidad que había obtenido a punta de pistola. Franco, su imagen, su impronta cuartelaría, su mediocridad liberticida, murió y murieron en las mismas calles que un día, de forma atronadora, le habían aclamado hasta desgañitarse, mayormente por el miedo a sus esbirros encamisados de azul. La culpa cambió de bando y se volvió de frente contra el dictador. Costó mucha sangre, mucha tristeza y represión lograrlo. Pero la democracia, con su legalidad constitucional y su legitimidad ciudadana, consiguió afirmarse y abrirse paso, derrotándole en muchos miles, millones de mentes y corazones.

No obstante, qué doloroso todo. Qué pena que, generaciones aún vivientes como la mía, hasta ahora mismo no hayamos podido, ni sabido, remontar una influencia tan tóxica como la ejercida por el franquismo sobre nuestras vidas y nuestra historia contemporánea. Personalmente, pido perdón por esta incapacidad insuperable. Confiamos en dejar pronto la escena, pero acariciamos la idea de que nuestra experiencia sirva a quienes la ocupan hoy y la ocuparán mañana para impedir un tenebroso ritornello de aquello que tanto hizo sufrir a nuestro pueblo.

Con este propósito, admito que tal vez estemos equivocados, ojalá así sea; pero no podemos ahuyentar de nuestras mentes, todavía, la idea de que las agudas zozobras que observamos hoy en la actualidad política española, su polarización, lo soez de sus formas, el rencor destilado, las pulsiones al linchamiento del contrario, obedezcan, en una cuota sustancial, al legado, heredado del franquismo y a las heridas aún abiertas causadas por la intolerancia, por aquel odio despiadado cebado por Francisco Franco hacia todo lo que implicara diferencia, distinción, diversidad, otreidad, insumisión…

Por todo ello, es llegada la hora de olvidar la figura abyecta del dictador. Enterremos debidamente a sus víctimas, más de 100.00 durante la posguerra aún dispersas por cunetas y fosas -más de 6.000 cementerios clandestinos por toda España- y, comprometidos todos y todas en no reeditar aquella maldición que cayó sobre España, encaremos el futuro con optimismo. Y hagámoslo a sabiendas de que contamos con un arma extraordinaria: la democracia, el saber colectivo heredado también de aquella lucha que, durante años de pugna y también de gloria, sepultó el franquismo en una irrelevancia que intermitentemente se desvanece pero que hay que convertir en intrascendencia definitiva. El horizonte de futuro que los españoles y españolas tenemos enfrente desvanece y ahuyentará para siempre el que la bruma oscureció tantos años desde el siniestro palacio de El Pardo. Adiós, Franco, adiós.

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