Llenos de estilo, pero también de bacterias. Así describe la ciencia a nuestros zapatos tras analizar lo que arrastran desde el mundo exterior hasta el felpudo de casa. Investigadores como Jonathan Sexton, microbiólogo de la Universidad de Arizona, advierten que la superficie de las suelas puede albergar cientos de miles de microorganismos por centímetro cuadrado, incluyendo algunas bacterias potencialmente peligrosas, según una información publicada en Excelsior.
Según estudios recientes, hasta el 96% de los zapatos analizados contenían Escherichia coli, una bacteria fecal que puede causar infecciones urinarias, diarreas severas e incluso meningitis. Pero no es la única invitada incómoda: también han detectado Staphylococcus aureus —conocida por su resistencia a antibióticos— y Clostridium difficile, una bacteria de larga vida asociada a trastornos intestinales graves.
De hecho, un estudio realizado en 30 hogares en Houston, Texas, y publicado en Anaerobe en 2014, concluyó que los zapatos acumulaban más C. difficile que la propia taza del váter.
Aunque suena alarmante, los expertos ponen los pies en la tierra: en adultos sanos, la exposición a estos microbios no representa un riesgo significativo. Kevin Garey, profesor en la Universidad de Houston y autor del estudio, explica que las personas con sistemas inmunitarios debilitados o recién hospitalizadas sí podrían estar más expuestas a infecciones.
“Yo me preocuparía más por un bebé gateando que por un adulto caminando en calcetines”, remata Sexton.
Para quienes quieran pecar de prudentes —especialmente si hay niños pequeños o personas inmunocomprometidas en casa—, los especialistas recomiendan algunas medidas básicas:
Sexton lo resume sin dramatismos: “Está bien tomar precauciones razonables, pero no hay que obsesionarse. La clave está en la higiene con sentido común”.