Tras aquel parte de la victoria leído por Su Excelencia el Jefe del Estado y que aún memorizan los veteranos del pueblo: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado», a Veraluz, contaban mis padres, quiso llamarla el alcalde Veraluz del Caudillo.
Sin embargo, se desestimó la idea porque un grupo de falangistas prudentes reclamaban una alternativa en nombre de José Antonio. Y se quedó en Veraluz sólo, porque la luz de su propia inteligencia bastaba para juntos y en paz la sabiduría del convivir.
Hoy, con esta pobrísima casta política que nos deslumbra salta la conveniencia de borrar la Historia que fue, dividiendo a pueblos que tienen en sus apellidos El Caudillo, como memoria de un bienestar que ahora ponen en entredicho los solapados de entonces que nunca levantaron la voz por cobardía.
A la vista está que en todos los Gobiernos, también en aquellos, los amiguismos, sobornos, propagandas y atropellos estaban, como ahora están, al orden del día. Pero a nadie, medianamente lúcido, se le va a ocurrir tachar de los calendarios la tragedia en España de estos últimos años.
Pedro Villarejo