Hace días un amigo entrañable se lamentaba de que en nuestro País hubiese, entre muchas, dos realidades absolutamente incomprensibles. La primera es por qué se le lava la cabeza a un burro; la segunda, cuál es el motivo del desprecio enfermizo que se tienen PP y VOX.
Necesariamente los partidos políticos han de tener sus diferencias para que puedan distinguirse y complementarse, llegado el momento. La particularidad de cada uno en la derecha española ya la sabemos, pero lo que debiera sostenerlos en una cercanía afectuosa radica en un común abrazo a la Constitución y un rechazo a todo aquello que pueda dividir a los pueblos, diferentes y hermanos, que integran España.
El PSOE aprovecha tales actitudes melifluas de ursulinas al no querer rozarse siquiera Feijóo y Abascal, sacando tajada de una indecisión que a todos perjudica. Los del Gobierno se juntan con cualquiera sin pudor alguno, bailando un pasodoble al que los demás ponemos música y dineros: entre sí están en desacuerdo, aunque reciben unos de otros la salivilla del beso.
De los mediocres no puede esperarse maravillas.