En medio de una de las mayores catástrofes naturales que ha golpeado al país, la ciudadanía ha sentido la ausencia de una respuesta efectiva y rápida
La reciente visita a Valencia de los reyes y de los presidentes del Gobierno y Generalitat ha desatado un oleaje de críticas y frustración en un momento en que la sociedad demanda mucho más que actos simbólicos y protocolarios. En medio de una de las mayores catástrofes naturales que ha golpeado al país, la ciudadanía ha sentido la ausencia de una respuesta efectiva y rápida. En lugar de una protección inmediata, de una coordinación sólida y de ayuda en camino, se les dejó desinformados y sin el apoyo necesario. Valencia y sus habitantes se encontraban desbordados mientras las autoridades respondían con un silencio inquietante.
Vivimos en un país con capacidad de elección y, en un momento tan crítico, deberíamos escoger el camino de la unidad y el apoyo mutuo. Sin embargo, algunos eligen la agresión y el odio, una actitud que no representa en absoluto a España ni a los valencianos. Sin embargo, este incidente revela un error profundo en la respuesta política sobre la gestión de esta catástrofe natural que ha azotado a Valencia: a quienes nos gobiernan les ha faltado no sólo previsión, sino también sensibilidad y una voluntad real de actuar junto al pueblo.
Aviso a destiempo
Porque, aunque Valencia se encontraba en estado de alerta, los ciudadanos no fueron avisados a tiempo de la gravedad de lo que se les venía encima. Quedaron desprotegidos y confundidos, sin información clara, mientras algunos líderes locales aseguraban que “todo estaba bajo control.” Pero nada más lejos de la realidad. Ni se tomaron medidas preventivas oportunas, ni se agilizó la entrada de ayuda externa cuando la misma estaba preparada para actuar y la situación empezó a desbordarse. La respuesta fue lenta, mientras los valencianos clamaban por una ayuda que no estaba en camino. Y así, en medio de la incertidumbre y el caos político, no fueron éstos sino los propios ciudadanos los que decidieron echarse a la calle, a pie, en coche, en bicicleta, atravesando zonas desoladas para socorrer a sus vecinos y compatriotas con agua, alimentos, palas y, sobre todo, con manos amigas dispuestas a achicar los ríos de barro que destilaban un hedor putrefacto y tóxico que había inundado hogares y calles, o marcando los coches en los que aún hay fallecidos porque la ayuda no ha llegado. Frente a la falta de organización, ellos hicieron lo que el sistema no quiso, no pudo, o no supo hacer.
Retraso en la ayuda
Mientras tanto, la ayuda oficial seguía sin llegar, y en medio del silencio y el llanto de quienes lo habían perdido todo, la noche traía consigo un peligro adicional: el de los saqueadores. Aprovechando el caos y la falta de seguridad, estos astutos individuos sembraban el pánico, y en algunos lugares iban armados para robar a sus propios vecinos, profundizando el sufrimiento en una región ya de por sí devastada de la irresponsabilidad política. Pero si hay que hablar de responsabilidades políticas… quizás habría que empezar hablando de la creación de las Comunidades Autónomas, porque ahí hay mucha tela que cortar. Este sistema, diseñado para descentralizar y acercar la administración al ciudadano, en muchos casos ha desembocado en una maraña burocrática que impide una respuesta ágil y coordinada ante emergencias como el terremoto de Lorca, el volcán de la Palma, o lo que se ha vivido en Valencia. Hoy vemos cómo las disputas de competencias y la falta de coordinación entre las administraciones terminan afectando a quienes menos culpa tienen: los ciudadanos. Quizás sea necesario revisar si el modelo autonómico, tal como está planteado, es realmente eficiente y suficiente o si, por el contrario, es un sistema que deja sin atender a sus propios habitantes en momentos críticos que requieren una actuación rápida.
Ante este escenario, la visita de los Reyes y de las autoridades nacionales y autonómicas refleja un descontento palpable y una fractura preocupante en la sociedad actual. Puede entenderse como un gesto simbólico de apoyo, pero para muchos ha sido, a todas luces, un error de cálculo. Tal vez este no era el momento adecuado para visitas protocolarias. Los valencianos necesitaban algo más que eso; tal vez necesitaban ver a Felipe, Letizia, Sánchez y Mazon con botas, palas y escobas en mano, dispuestos a mancharse, mientras ayudaban a limpiar el lodo y la destrucción, no de paseo por las calles afectadas. Porque en situaciones de emergencia, lo que realmente se espera de las instituciones es un compromiso real, que bajen al barro, literalmente, y que no sólo observen el sufrimiento de sus ciudadanos desde una posición superior, sino que formen parte activa en la recuperación.
Sentido de la comunidad
Claro, pero si van se les critica; y si no hubiesen ido, también. Así es la España actual, una sociedad donde cualquier acción, o inacción, de las máximas autoridades es diseccionada al milímetro para convertirla en objeto de reproches. Vivimos en un país en el que todos nos sentimos con derecho a dar lecciones sobre cómo deberían actuar los demás, pero donde, a menudo, pocos están dispuestos a hacer algo concreto por cambiar las cosas. En redes sociales, nos reunimos para compartir lo peor del ser humano: odio, resentimiento, envidia, postureo… ¿Dónde queda la empatía? ¿Dónde está el verdadero sentido de comunidad? ¿Por qué, en lugar de unirnos, nos sumergimos cada vez más en un mar de críticas vacías y rencores? ¿Dónde está el respeto a los demás?
Si el respeto hacia quienes han perdido todo no nos motiva a unirnos, y si el respeto a nuestras instituciones y representantes no nos impulsa a actuar con sensatez, ¿qué será de nosotros como sociedad? Necesitamos recuperar esos valores de respeto y solidaridad que han caracterizado siempre a los españoles y que, en momentos de crisis, deberían fortalecerse, no perderse. Estamos viviendo, sin duda, una de las mayores catástrofes naturales de nuestra historia, un desastre que ha dejado a cientos de personas sin hogar, sin pertenencias, sin seres queridos y en una situación de vulnerabilidad extrema. La prioridad ahora debe ser apoyar a los valencianos que lo han perdido todo, ofrecer ayuda y contribuir a la recuperación de toda la zona de L’Horta Sud. Cualquier intento de ‘atentar’ contra las instituciones y sus representantes en medio de una crisis de semejante magnitud no sólo es injusto para nuestro país, sino que representa una falta de respeto a Valencia y a su gente, quienes realmente necesitan ayuda y atención. O, para algunos, quizá esa sea la imagen que queremos proyectar dentro y fuera de nuestras fronteras como país.
En este contexto, no toca sacar la cara por ningún partido político. La clase política, en su totalidad, ha demostrado estar muy lejos de la altura que este tipo de situaciones requiere. Es preocupante cómo, en lugar de buscar soluciones y tomar medidas efectivas, los políticos parecen más interesados en obstruirse unos a otros, en utilizar cada crisis humanitaria como un arma para erosionar al rival. Quizás aquí radique uno de los problemas fundamentales: la falta de preparación y visión de nuestros líderes, quienes han permitido que la rivalidad partidista se interponga en la protección y el bienestar de los ciudadanos, quienes, al fin y al cabo, son también sus votantes.
La elección correcta
Ahora más que nunca, como país, tenemos el poder de elegir y necesitamos hacer la elección correcta: unirnos para reconstruir y apoyar a quienes lo necesitan. Dejemos de lado la violencia, el odio y la división política. La verdadera fortaleza de la sociedad se mide en su capacidad de superación y en su solidaridad. Que este incidente nos sirva como recordatorio de lo que realmente importa y de la responsabilidad que tenemos. Es momento de exigir una respuesta digna y efectiva de nuestros representantes. Que dejen a un lado los intereses partidistas y las rivalidades, y se concentren en lo que realmente importa: todos los afectados que están sufriendo por la DANA en Valencia. Porque su principal función es la de proteger, apoyar y servir a sus ciudadanos, no desgastar la política con enfrentamientos inútiles que no hacen más que aumentar el descontento y el resentimiento entre la población. Los ciudadanos ya hemos demostrado nuestra fortaleza, nuestra capacidad de ayudar, de unirnos y de acudir allí donde la política ha fallado. Ahora es el turno de las autoridades, que dejen a un lado el atril y las redes sociales y que demuestren que están realmente a la altura de las circunstancias y de sus propios ciudadanos.