Un 13 de marzo de 1781, el astrónomo germano-británico William Herschel apuntó su telescopio casero hacia la constelación de Géminis y descubrió un objeto celeste que no aparecía en los catálogos. Primero pensó que era un cometa, pero tras noches de observación y consultas con otros colegas, concluyó que se trataba de un nuevo planeta.
Se convertía así en el primer planeta descubierto con telescopios modernos, más allá de los conocidos desde la antigüedad: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, según una información de El Tiempo.
Como buen súbdito del Imperio británico, Herschel propuso llamarlo Georgium Sidus (‘Estrella de Jorge’) en honor al rey Jorge III. El monarca había perdido sus colonias americanas, y un planeta a su nombre parecía una forma de compensación celeste.
Durante décadas, el nombre “Jorge” se mantuvo en los almanaques británicos. Sin embargo, el resto de Europa no estaba de acuerdo.
El astrónomo alemán Johann Bode defendía una convención mitológica en la astronomía. Si Marte, Júpiter y Saturno seguían ese criterio, el nuevo planeta debía llamarse Urano, en honor al dios primordial del cielo y padre de Saturno. La propuesta ganó fuerza por su coherencia con la genealogía celeste.
Otro candidato al nombre fue “Herschel”, sugerido por astrónomos franceses, pero tampoco prosperó.
En 1850, casi 70 años después de su descubrimiento, el Almanaque Náutico británico aceptó oficialmente el nombre Urano, gracias a la presión del astrónomo John Couch Adams. Así, el “Planeta Jorge” se convirtió en Urano para siempre.
Urano es un gigante helado, situado a unos 2.900 millones de kilómetros del Sol. Tarda 84 años en completar una órbita y rota sobre sí mismo en tan solo 17 horas. Su atmósfera azulada, compuesta de hidrógeno, helio y metano, lo convierte en uno de los planetas más misteriosos del Sistema Solar. Fue visitado una sola vez, por la sonda Voyager 2 en 1986.
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