Probablemente los dieciséis años vividos en Argentina, felices como pocos, me siguen animando a querer y a desear lo mejor para aquella tierra, que también es mía en el abrazo continuo de la memoria y el agradecimiento.
A las primarias de las elecciones definitivas que se celebrarán allí en octubre, se han presentado tres candidatos: El peronista Sergio Massa, ministro de economía, que ha conseguido con habilidad el 130 % de inflación anual; Patricia Bullrich, asociada a un capitalismo connivente y sin fuerza para ofrecer lucha con resultados; y Javier Milei, un exagerado en la pretensiones y en los modos para erradicar la corrupción, que es allí y en casi todos sitios, un derrame constitucional.
A Milei, que ganó los comicios, con el el 30,1% de los votos, le llaman los exiliados peronistas, que viven a cuerpo de rey entre nosotros, un peligroso de extrema derecha; por detrás quedaron Sergio Massa, con 20,9% y Patricia Bullrich, con casi 17%.
De la Argentina irredenta e inculta que propició el advenimiento de Juan Domingo Perón, queda sólo el “justicialismo” en vena con el que Eva, su esposa, envenenó desde entonces a gran parte de un pueblo que se creyó el cuento de hadas de recibir sin trabajar. Hermosa, rubia y enjoyada, Evita se paseó por el mundo como una faraona que repartía trigo, a precios asequibles, cuando en Europa, como en el bíblico Egipto de José y sus hermanos, aparecieron las vacas de la miseria. Sus “descamisados” la querían así y así la auparon hasta el Congreso en abrigo de visón días antes de que el cáncer se la llevara para siempre. Borges sentenció con clarividencia el peronismo: “No son buenos ni malos, sino incorregibles”.
El mal de la Argentina, que es paradigma de cultura en América, viene de ahí, de un movimiento que se llama justicialista, creadores de un sindicato de derechas y que son, en realidad, comunistas extraños, inventores de una paradoja incalculable, que muchos obispos alentaron porque gran parte de sus afiliados iba a misa los domingos y, entre todos, buscaron el disfraz de que su actuar se pareciera al evangelio, despojando de lo suyo a los que tenían, por haberlo trabajado o por herencia, sin la menor pedagogía de enseñar a conseguirlo a los que nunca habían dado un palo al agua.
Parece ser que Milei es histriónico y muchos desconfían de su estilo, pero es un profesional con apetito de milagro y, si lo dejan, por lo menos no será peor de lo que hasta ahora ha sufrido el querido pueblo argentino. Para aliviar peso en su desorden, aquí nos enviaron mientras tanto a un economista de medio pelo, a un físico resentido y a una monja, a la que sería preferible no encontrarse en las galerías del Paraíso.