René: los soles y las casas

10 de agosto de 2025
3 minutos de lectura
Jardin Rene
Jardín René. /FI

(A más conocimiento, menos laberinto)

Conforme crecía, René se iba sorprendiendo a sí mismo de las diferentes vibraciones que cada cosa le dejaba dentro como un eco, como un descubrimiento. Las personas, los sitios, las conversaciones o los silencios, los días de frío o los veranos profundos transformaban a René en un muchacho de mil vidas, imposibles de ser desarrolladas al mismo tiempo, pero sostenidas en la nube para cuando fuese oportuno bajarlas de nuevo al sitio preciso de la circunstancia.

De cada casa a la que René acudía, un flujo de voces escondidas brotaban de los zaguanes, de los patios, como queriendo aprovechar una presencia extraña y revelar en ella algún secreto o simplemente buscar la atención que no tuvieron en sus propias historias.

Ya sabemos que en todas las casas se esconden misterios que no pueden descifrarse, vidas arruinadas o hijos desaparecidos, infidelidades o paisajes
soñados que únicamente la muerte purifica.

René, que lo preguntaba todo y sabía, por eso, todo lo que a su edad puede saberse sin entenderlo del todo, sorprendió a Faustino, su padre, con una interrogación que el fontanero, pobre de conocimientos, no supo
responder:

-Padre, por qué en casa de la abuela, en la que ahora vivimos nosotros, nunca hay sol.

Pretextando una salida de trabajo, Faustino dejó colgada la pregunta de su hijo para más adelante, cuando él ya tuviese la respuesta aprendida.

En una de las clases con don Servando, René presentó su pregunta sobre las casas en general que, al referirse a la propia, Faustino con evasivas trató de esquivar. Don Servando, parecía tener siempre los dictámenes en la punta de la lengua:

-Las casas, como las vidas, cuando se construyen deben ser orientadas buscando la luz, para que cuando llegue la tarde no las enfríe demasiado la sombra.

-Esta casa donde yo vivo ahora, continuó el maestro, fue trazada por un entendido en obras que le decían Juanico el fraile. Y me refirieron al comprarla que Juanico se pasó días enteros midiendo los tiempos de
sol sobre las habitaciones para que no fueran tan largas las noches de los que en ella tuviéramos que vivir.

Don Servando aprovechó la avidez de René por saber lo más posible de lo que significan las palabras e informarle que:

-Hubo un rey en Francia, Luis XIV, que al nacer en 1638 ya vino con dos dientes, como un atrevimiento, y que se llamó a sí mismo el Rey Sol por cuanto él supuso que iluminaba. Efectivamente, ayudado por el cardenal Mazarino, que fue su mentor y gran parte de su luz, reinó casi setenta años hasta que poco a poco, también, se fue apagando. Al notar en sus últimos días cómo el resplandor se le iba dejó una frase lapidaria:

Yo me voy. Francia se queda. Así fue como permanece su memoria puesta en su lugar por el obispo que ofició el entierro: ¡Sólo Dios es grande!

René pedía más con sus ojos abiertos, deseoso de que el maestro puntualizara detalles del que sin duda fue un gran rey y sus decadencias. En ese más que René solicitaba no podía incluir don Servando que el Rey Sol tuvo amantes como rosas en sus jardines y que las primeras en despertar sus apetitos fueron precisamente las sobrinas del cardenal Mazarino, tan dado a satisfacer las veleidades del monarca.

Pero don Servando, que podía haber alargado más relatos sobre el sol, referido a Felipe II en cuyos territorios nunca el sol se ponía, prefirió no ofrecer a René tanta información a la vez y dejó la conversación, como solía, con sentencias que siempre René preferenciaba en sus tiempos de silencio:

-Ya ves, René, que no todos los soles alumbran hasta el final. Cuando alguien se muere y, a veces mucho antes, su sol se desvanece. Sin el sol de la fe no hay patria que valga ni rey a quien obedecer…

Fueron las últimas palabras de don Servando en ese día de clase, rizando otra vez su pálido bigote ante la sorpresiva mirada de René que, con el sol dentro y la lección aprendida, ya nunca se cambiaría de acera su pensamiento para quedarse con otros resplandores, de esos que iluminan más de pronto, pero que en seguida se desvanecen, como la mirada de los egoístas.

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