El ojo de la aguja

25 de agosto de 2025
3 minutos de lectura
Camello I Fuente: IA

“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios.” – Jesús de Nazaret (Mateo 19:24)

Esta mañana, mientras mi barbero me perfilaba, nuestra conversación tomó un rumbo inesperado. No solo es un talentoso artesano de las tijeras, sino también un hombre de fe, un cristiano evangélico. Lo respeto; es un joven emprendedor y trabajador, que ha logrado un éxito admirable. Él no solo se encarga de sus propios negocios, sino que cría a sus hermanos desde que su madre partió y también apoya a su padre. Sin embargo, en medio de su evidente éxito, percibí una mentalidad que me inquietó: una frialdad y una avaricia más propias del mundo empresarial que de la humildad que la fe evangélica debería inspirar.

Le planteé el dilema bíblico que tanto nos ha hecho reflexionar: la parábola del camello y el ojo de la aguja. Con una sonrisa de suficiencia, él respondió: “¿Pero usted sabe lo que significa ‘el ojo de la aguja’?”. Acto seguido, me explicó lo que, según él, era la verdad literal: no se refería a una aguja de coser, sino a una puerta estrecha en los muros de Jerusalén. El pasaje, según su interpretación, era una simple metáfora de esfuerzo: el camello, para pasar, debía arrodillarse y despojarse de su carga. Es decir, un rico no está impedido de entrar al reino de los cielos, solo necesita humillarse y dejar sus posesiones.

Luego, para justificar su visión, me confesó una creencia que muchos comparten: que para prosperar, uno debe integrarse al sistema. Argumentó que si no opera con la misma mentalidad de los comerciantes que lo rodean, simplemente no podría sobrevivir ni tener éxito. Su postura, aparentemente pragmática, revelaba la peligrosa conclusión de que las reglas del mercado están por encima de los principios de la fe.

Es aquí donde radica el error: la fe cristiana no se mide por las reglas de “el sistema” del mundo, sino por las de un sistema divino donde la avaricia es un obstáculo, no una herramienta de éxito. La historia de la “puerta del ojo de la aguja” es popular, pero muchos expertos bíblicos la consideran una leyenda tardía, un intento de suavizar el duro mensaje de Jesús. La mayoría de los eruditos creen que Jesús usó una hipérbole, una exageración intencional, para ilustrar lo extremadamente difícil que es para un hombre rico entrar en el reino de los cielos.

La riqueza a menudo genera una confianza peligrosa, un apego a lo material que desplaza a Dios del centro de nuestra vida. Un rico, o alguien con mentalidad de rico, corre el riesgo de hacer de su fortuna su ídolo, confiando en su cuenta bancaria y en su poder de negociación en lugar de en la providencia divina.

El mensaje de Jesús debe entenderse dentro del contexto de su época. En su tiempo, la riqueza a menudo se veía como una clara señal del favor de Dios. Los hombres ricos eran considerados bendecidos y, por lo tanto, se creía que tenían un camino asegurado hacia el reino de los cielos. La parábola del camello y la aguja era una refutación directa y radical a esa ideología. No era una simple lección sobre humildad, sino una advertencia contundente de que la acumulación de bienes materiales es un obstáculo severo para la salvación. No era una puerta que se pudiera cruzar con astucia, sino un abismo que la codicia crea entre el hombre y su Creador.

La fe cristiana no es un asunto en el que se pueda negociar o encontrar un atajo. El evangelio no ofrece soluciones fáciles para problemas espirituales complejos. El mensaje del Maestro fue claro y directo. La salvación no es para aquellos que encuentran la manera de escabullirse por la puerta trasera, sino para los que, con un corazón contrito y humilde, reconocen su dependencia total de Dios.

Esta interpretación moderna, que busca una salida fácil a un pasaje tan exigente, es peligrosa. Es una forma de autojustificación que nos permite ignorar la verdadera lección: el llamado a un desapego radical de las riquezas terrenales. El pasaje nos recuerda la advertencia de Jesús en Mateo 6:24: “Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se apegará al uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.”

El conocimiento de la supuesta puerta no puede anular el espíritu del mensaje. Es una burla, una artimaña que nos permite justificar nuestra avaricia y nuestro apego a lo material. La pregunta sigue siendo la misma: ¿Estamos dispuestos a dejar atrás lo que nos pesa, lo que nos ata a este mundo, para seguir a Cristo? La dificultad no está en el tamaño de la puerta, sino en el peso de nuestra propia carga.

“Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” – Jesús de Nazaret (Mateo 6:21)

Dr. Crisanto Gregorio León – Profesor universitario

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