A Pedro, a Santiago y a Juan les habían nacido los dientes en el agua. Conocían como nadie las emboscadas del oleaje y cuándo el crecimiento de la luna les servía de lámpara en las madrugadas de su pesca… Aquella noche, sin embargo, el Tiberíades cerró su mano y les dejó sin frutos.
El Maestro, viéndolos abatidos y frustrados sin nada que llevarse a la barca les animó: “¡Echad las redes!”
Porque se trataba de Él, le hicieron caso… Los barcos casi se hunden por el peso después de su palabra. Y es que se han de tener en cuenta las fuerzas de Dios, tan diferentes a las nuestras. Contamos con la propia energía creyendo que es bastante. Cuando llega la verdad, como una tempestad inesperada, el cansancio descubre que duermen los pájaros y la noche está cerrada. ”Que los muertos mueren y las sombras pasan” como hechizos que el viento trasladara a las cavernas… porque el ser humano no es más que un soplo escondido detrás de su importancia.