Rafael Fraguas
El tiempo nuevo recién estrenado va a requerir de mucha energía e imaginación para afrontarlo. Y ello, porque las tareas a cometer son arduas y laboriosas. Ni más ni menos, se va a tratar de erradicar el hiriente malestar hasta ayer mismo dominante, para rescatar el erosionado bienestar democrático mediante transformaciones de gran calado. El orden de su secuencia no siempre coincide con el rango de su importancia.
La primera de las tareas ha de ser la transformación del sistema electoral, que daña enormemente a los electores de los partidos no mayoritarios. No es justo que se les exija hasta dos y tres veces más de votos que a las formaciones que monopolizaron el bipartidismo. La segunda tarea transformadora deberá ser la democratización de la judicatura, en general, y el Consejo General del Poder Judicial, muy en particular. Hay que conseguir que la gente de a pie recobre la confianza, hoy casi totalmente extinguida, hacia la actividad judicial; su trayectoria a base de falsas instrucciones y bandazos ha venido menoscabando un día sí y el otro también su obligada condición de terapia correctora de la maldad, para devenir en foco endogámico y autocrático de inseguridad, inestabilidad e insatisfacción.
Una tercera tarea, conectada al desenlace de la reforma electoral, ha de ser el cese de la invulnerabilidad de la Jefatura de Estado ante la ley, causa del aún reciente descrédito de esta institución. La actual situación, heredada del franquismo, niega de hecho la legitimidad a tal jefatura, que nunca pasó por el cedazo de las urnas, al romper el principio de igualdad de los ciudadanos ante la ley, siendo el rey también ciudadano. El secreto de Estado deberá ceñirse, por una nueva norma, a lo estrictamente necesario para la seguridad y la defensa nacionales, sin amparar conductas estatales y áulicas ilícitas. Dada la naturaleza del cambio requerido, las modificaciones en la ley electoral permitirán, sin duda, acceder a los consensos constitucionales previos y necesarios para conseguir las modificaciones que los exijan. Además, la fijación de plazos para desclasificar los secretos estatales, plazos hasta hoy inexistentes, permitirá recobrar conciencia histórica, erradicar las deformaciones que la secrecía causa en las conductas políticas y acrecer una cultura política degradada, cuando no del todo inexistente, señaladamente entre muchos jóvenes.
Limitar la autonomía de las corporaciones
En cuarto lugar va a ser preciso limitar, a través de medidas estatales, la autonomía política, económica, fiscal y financiera de las grandes corporaciones, que manejan a su antojo, siempre privado, magnitudes de todo tipo con hondo calado social, arrebatadas poco a poco al Estado y desnudándolo al completo de atribuciones: desde el mundo inmobiliario al de las constructoras, pasando por el de la alimentación y la energía hasta el de las compañías de auditorías y de seguros, entre muchos otros ámbitos. No estaría de más que el Banco de España se pusiera al servicio de esta tarea transformadora y versara sus principales actividades hacia la regulación de las trayectorias y ejecutorias de las corporaciones: el respeto a la actividad económica privada es perfectamente compatible con la preminencia estatal sobre ella; por mera lógica, ya que las autoridades gubernamentales, regionales y municipales son electas y representativas, mientras que las grandes compañías solo se representan a sí mismas, de ahí su déficit de democraticidad, cuando no su superávit de desdén al respecto de ella.
Democratizar los partidos
Una quinta tarea concierne a los partidos políticos: urge su democratización interior. Hay que poner coto a los presidencialismos que generan conductas clientelares y asfixian la diversidad democrática necesaria para su pleno funcionamiento. El debate interno en los partidos no puede ser un monólogo consigo mismo del presidente o secretario general de turno, proyectado contra el monólogo simétrico al de otro adversario. La culminación de esta quinta tarea transformadora permitiría que los partidos salgan de los personalismos en los que se hallan y se atengan a su función de idear políticas públicas beneficiosas para el conjunto de la sociedad, democráticas pues.
En la política autonómica y municipal, urge la revisión de algunas de las competencias anteriormente asignadas de manera precipitada para combatir entonces el centralismo; hay que poner hoy el acento en la mejora de la gestión, en aras a una fortificación del papel cohesionador del Estado, lo cual deviene en una sexta tarea de importancia crucial. Un séptimo y apremiante cometido ha de ser el control de calidad de la acción administrativa pública, que no puede seguir en manos de los propios organismos administrativos a controlar. La desaparición, de hecho, de las inspecciones generales ha debilitado enormemente la sustancia, la calidad y la velocidad de la gestión estatal, regional y municipal, muy tentadas algunas de ellas por pulsiones privatizadoras que, según distintos indicios, financian electoralmente determinadas opciones políticas a cambio de concesiones, subcontratas, favores y exenciones fiscales ulteriores, entre muchas otras prebendas causantes de la rampante corrupción.
Estimular la natalidad
La octava tarea, no por ello menos importante, es la de considerar como estrictamente necesario fortalecer una política demográfica en la que la natalidad local ocupe la posición central. Si no hay renovación poblacional, el sistema de protección social, seguridad social, pensiones, sanidad, educación públicas…, será inviable más temprano que tarde. Los inmigrantes, que atajan los déficits actuales, ansían cada vez con más intensidad regresar a sus países de origen y si se quedan momentáneamente aquí suele ser para dotar de educación básica –pública siempre– a sus hijos. La novena tarea a acometer es concerniente a la ciudadanía: como no hay democracia si no hay control de los poderes por parte de la sociedad, es necesario desterrar la apatía, la abúlica falta de participación cívica en la actividad política, que no puede limitarse a emitir un voto cada cuatro años. Tal parálisis perfila conductas tóxicas en las que los poderosos sin control se amparan para consumar todo tipo de arbitrariedades. Urge unificar los esfuerzos, hoy fragmentarios, que algunos focos de la sociedad civil aún despliegan, para controlar a los poderes, exigirles sus compromisos con la sociedad y con la democracia.
Y como décima tarea, se impone la de atajar la suplantación de la acción política por la mera comunicación política –casi siempre descabellada y faltona– tal como hasta hoy se estilaba entre la clase política. Rescatar la dignidad de la política, desterrando la antipolítica del insulto, la afrenta, el berrido y el linchamiento, es tan necesario hoy como reducir a límites racionales los beneficios desproporcionados que hasta ayer mismo muchos monopolios, algunas grandes y medianas empresas arrancaban del mundo del trabajo y del universo agrícola, el que nos da de comer a todos y al que tantas veces se descuida. Las mejoras salariales, revierten en la fortaleza de las familias y en la apremiante necesidad de activar la natalidad, además de estimular naturalmente la productividad del trabajo.
La planificación económica diversificada, pero bajo el control estatal, es decir, la asignación de recursos humanos e inversiones a fines de interés social, ha de ser el instrumento idóneo para conseguir muchas de estas metas. Cambios en las mentes para erradicar la polarización pueden ser conquistados merced a considerar que puede haber distintas y simultáneas maneras de amar a nuestro país, desde el sentimiento y desde la racionalidad, desde la derecha y desde la izquierda, respectivamente.
Una amistad posible
La amistad entre españoles es siempre posible. Pese a las diferentes percepciones de la realidad que se adivinan a partir del distrito postal donde habita cada cual, nos une una comunidad de recuerdos, tristes y también gozosos; una concepción aproximada de lo que está bien y lo que está mal; criterios semejantes sobre lo que es y ha de ser la honestidad; un sentido del humor, del honor y del ridículo bastante similares, amén de un sentir estético, a grandes rasgos, compartido; nos une también una similar relación con la vida, merced a la benignidad del clima y del paisaje, que nos guía naturalmente hacia el aire libre del optimismo. A todo ello se une, por ende, un talante indomable contra la injusticia, una resiliencia creativa ante la adversidad y el anhelo común de un futuro promisorio si sabemos alcanzar una conllevanza que allane los obstáculos que hoy nos enfrentan. La lucha y la consecución de la igualdad entre hombres y mujeres ocupa el arco de bóveda de las convicciones hispanas más humanas, necesarias y sensatas.
Los poderes públicos han de hacer pedagogía sobre sus actividades y también sobre las dificultades que encaran, para ceñir las críticas, tan generalizadas, a su estricta dimensión constructiva. La didáctica constitucional, la educación cívica desde la escuela, el respeto al espacio público, la diversidad y la otreidad; la incentivación de una cultura del esfuerzo capaz de equilibrar hedonismo y estoicismo, polos tan comunes en nuestras filas, figuran entre las mejores pautas para conseguir los objetivos de concordia general, entendida como reconocimiento de la ajenidad, como empatía y como perdón mutuo; y ello, toda vez que se haya satisfecho la justicia y la reparación de aquellas personas dañadas por el fanatismo y toda forma de intolerancia.
Es posible vivir, convivir y conllevarse en España, nación de naciones, enclave vital privilegiado, potencia geopolítica conectada a tres continentes, deseable hogar de amable hospitalidad para cuantos aquí accedan si conseguimos, entre todos, desterrar prejuicios y exclusiones signadas por herencias inquisitoriales. Solo aliados los seculares adversarios, seremos capaces de encontrar fórmulas eficaces para domeñar el caprichoso azar –medida de nuestra ignorancia– y configurar, con el saber de las y los veteranos y la energía de las y los jóvenes, un futuro viable y prometedor para este país nuestro. Aquí no sobre nadie si quiere arrimar el hombro. Derrochemos todo el potencial de nuestra energía e imaginación en dibujar el futuro en el tiempo nuevo que nos sale al paso.