Iba la noche en su silla de ruedas luminosa. Subido a ella, un joven con las piernas dormidas, muertas, por la cuchilla del coche de enfrente que se estrelló con el suyo. Luis se sometía sin querer al llanto de la desesperanza. Iban de nuevo al hospital, a esas horas, porque se le había abierto una herida nueva, otra boca roja de desgracias.
-No me quiero morir, madre, tengo la vida sin hacer; el amor, apenas empezado.
Pero la madre sabía que el hijo del hospital no regresaba… y se iba haciendo a la idea de volver a casa con la silla vacía. Diecinueve años sin regreso por culpa de un extraño que se drogaba.
Mucho tiempo después, la madre se sentó en la misma silla y se quedó dormida.