Con más frecuencia de lo que los clientes desearían, los servicios de índole sexual domiciliario suelen conllevar un coste mayor al pactado. Las actividades semiclandestinas llevan aparejada otros actos o perdidas que nada tienen que ver con el objeto inicial del deseo.
El individuo contratante-anfitrión, por lo general sujeto varón con problemas de socialización, procura relacionarse con el otro mediante el atajo que supone el intercambio de cuerpos mediando dadivas en forma monetaria (al contado y sin promesa de pago).
Ocurre que habitualmente el que acude al domicilio no se conforma con el precio convenido, por lo que redondea el coste del servicio a través de abonos en especie (dinero, móviles, joyas u otros objetos de valor de fácil transacción…) que obtiene al descuido de aquel que como buen samaritano le ha abierto las puertas del lugar que habita o constituye su acomodo.
El visitante juega con la lógica de que el afectado tardará en darse cuenta de la ausencia del objeto del deseo, que forzosamente abandonó la estancia, o en otro caso, el gesto de la sustracción no será denunciado ya que la víctima sentirá vergüenza si narra a las autoridades las circunstancias y condiciones en que se produjo el hecho delictivo.
En otras ocasiones el dueño de la posada o aposento saldrá peor parado ya que la sustracción se producirá estando este en estado de inconsciencia, ya que el invitado suministrará a su titular cualquier brebaje que transportará su voluntad a otro lugar, mientras su cuerpo dormita pesadamente sobre el sofá, la cama o el duro suelo.
Permanecerá en este estado solo y sin compañía de otros, ya que en esas situaciones solemos encontrarnos bastante idos y abandonados. El organizador del festejo queda fuera de control, sin posibilidad de reacción, mientras su patrimonio se aminora sin que el dueño haya prestado consentimiento alguno para la mudanza.
Nuestra voluntad, evidentemente, nunca puede prever todo aquello que nos sucede, y si pudiera tampoco existe garantía de que no cediera a los placeres y vicios de la existencia. Sin ser moralistas debiéramos cuidarnos, y mucho, con quienes nos relacionamos. Los anfitriones no siempre están acertados con todos aquellos que invitan y acuden a sus fiestas.
A todo esto podríamos llamarle el riesgo de los apetitos.
Felicidades José Eladio
Estamos en época de vigilia, no comemos carne, «se supone»
Quien se alimenta,…
¿ Encima se queja? El cliente, no siempre tiene la razón.
los vicios y los placeres, buena crónica descriptiva.