Algunos personajes atesoraron un imán telúrico irresistible. En sus mejores tiempos se retrató con García Lorca, con Alberti…, ya al final, con los labios hinchados por la copla, mostró fotos con Serrat o con Paco de Lucía, sintiendo el abrazo de un exilio irremediable.
Se tuvo que ir de España en el 39 porque exhibía camisas de lunares abullonadas y algunos le gritaban en el teatro Pavón de Madrid: ¡Mariquita, mariquita!… Entonces, Miguel de Molina detenía su canto para responder desde el escenario: “Mariquita no; maricón, que suena a bóveda”… y seguía soñando con otros “ojos verdes” que ahogaban los besos de la “bien pagá”, en medio de aplausos y advertencias… Tres inadaptados lo molieron a golpes en La Castellana. Y se fue a Buenos Aires, donde los ríos son más anchos y la pasión no ciega.
Al Río de La Plata echó Miguel algunas monedas para que crecieran los peces que llevaba dentro. En Argentina le quisieron como a pocos, pero él estuvo llorando siempre, siempre, entre el desgarro de saber que la crueldad no acaba entre nosotros.