La promesa de Dios a Moisés para el pueblo que huye de los faraones, está poéticamente expresada en el capítulo 3 del Éxodo: “Voy a llevaros a una tierra grande y buena, donde la leche y la miel corren como el agua”. Tal el sueño de los hebreos. Y Ramón J. Sender, el insigne novelista, en su Requiem de un campesino español (de tanta actualidad), revela que un niño de pecho siempre sueña con ríos de leche calentita.
Los excelentes filósofos griegos soñaron con una democracia en la que los ciudadanos pudieran elegir sus gobiernos, después que alcanzasen el conocimiento necesario, para que su elección tuviese fundamento. Aquello fue más bien un sueño que se propuso como virtud inalcanzable, sabiendo que el prodigio se lleva a cabo únicamente en el deseo.
Hoy la democracia es una travesura que manejan unos cuantos, más listos que inteligentes, sin que veamos ríos de leche por ningún lado porque muchos políticos, cuyo oficio es mentir (Gabriel Albiac dixit), han ordenado su cauce hacia las fincas de los amigos que ni siquiera han aprendido a soñar. Y la leche que beben a escondidas, tiene el sudor de ajenos pechos, de trabajadores indefensos.