Ha muerto Ramón Lobo, uno de los mejores reporteros españoles contemporáneos, que supo contar el horror de las guerras; que cubrió con el asombro del niño que siempre lo habitó y la profesionalidad de un consagrado.
Los conflictos de la últimas décadas del siglo veinte y el arranque del XXI no pueden entenderse sin la maestría de Lobo, que sabía mirar detrás de los cañonazos, describir muertos y mutilados y rehacerse para contar las amputaciones practicadas por la guerrilla en Sierra Leona contra la población civil; alejado de toda tentación maniquea y furibunda.
Ramón, nacido en Maracaibo, creció en el Madrid franquista y la Transición; épocas que marcaron su vida, vocación y derrotero profesional; magistralmente contados en “Todos náufragos”, las memorias de un perdedor sublime que amaba a los gatos y recelaba de las malas gentes.
Un sábado remoto iluminó Madrid; en un mano a mano irrepetible con Fernando Sánchez Dragó, hablando de vidas y milagros de los corresponsales de guerra; animados por Juan Cruz, en la librería de Juan Bravo, 38.
Aquella mañana, los asistentes viajaron a las guerras de Viet Nam, Afganistán, Irak, Líbano, Congo, Ruanda, Sierra Leona y los Balcanes azorados ante el espanto de los exterminios y sacrificios, en nombre de ideologías, patrias y tierras.
La revolución tecnológica había perfeccionado las armas de exterminio en masa; pero los hombres seguían siendo belicosos; insensatos, egoístas y liliputienses; mezquindades contra las que Ramón Lobo se rebeló; quizá con afán freudiano de matar al padre; pero sin descuidar la prosa que hace crecer a los humanos.
Los gatos y gatas de Madrid están más solos desde anoche, como sus lectores, que este jueves han despertado con una sensación de orfandad porque han perdido una brújula ciclópea que contaba las crónicas de la guerra con la rabia y bondad que iluminan; aunque también matan.