El más socarrón de mis maestros, en un aparte quiso ponerme en guardia: “Nunca te olvides que algunos, por no saber de nada, pueden hablar de cualquier cosa”. Dos veces en mi vida fui a Estados Unidos, la primera para dar una conferencia en Washington, que costeó el Banco Interamericano de Desarrollo, sobre la vida y la obra de don Antonio Machado. Y la segunda, a Nueva York para comprobar si es cierto que al Empire State seis mil quinientas ventanas lo protegen de la altura: cuando iba casi por la mitad hice un acto de fe y creí en aquellos que con más paciencia lo habían conseguido.
Pero nunca se me hubiese ocurrido –¡y bien que ahora lo siento!— defender entre tantos rascacielos la importancia de los algoritmos, que debe ser algo así como explicar con argumentos por qué la Puerta de Alcalá tiene tres arcos y no la vanidad de los 167 que posee el Acueducto de Segovia.
Pero la señora vicepresidenta segunda del Gobierno es capaz de convencernos de su triunfo en Galicia y de que, si no ha conseguido más escaños es porque no tuvo tiempo de explicarle a sus paisanos eso de los algoritmos. En Estados Unidos, de presentarse a las elecciones, hubiera arrasado.