El expresidente de la Generalidad de Cataluña nos había prometido una visita en Veraluz cuando por fin se sintiera sin las cadenas de la injusticia, que lo mantienen prisionero en Waterloo como un Santo Tomás Becket en Canterbury. Las promesas son un hechizo de palabras que se quedan dentro, esperando el turno de su ceremonia: amistad, elogio, algarabía, compensación, tributo… todo eso es lo que Puigdemont merece, y los fervorosos del Barcelona Club de Fútbol, que sobresalen entre nosotros, están dispuesto a su agasajo cuando por fin le llegue la amnistía.
Sin embargo ahora, estando Cerdán descabalgado, Puigdemont se quedó sin enlaces que le permitan entrar triunfante en Barcelona, sin despeinar, a lomos de un caballo blanco. Y su asistenta, la señora/señorita Miriam, la de los labios mordidos, no tiene a quien acudir y pocos van quedando que le escriban. Nadie puede sospechar que aquellos encuentros del “yo te doy si tú me das” con el emisario del Presidente, hayan sido despropósitos. Lamento hoy su soledad y su problema de llegar a fin de mes, con tanto gasto.
Por si acaso, en Veraluz están desapareciendo los laureles.
Pedro Villarejo