En la Vida Eterna no alborotan los sufrimientos, aunque yo me inclino a que alguna excepción debe haber. Y este dolor que en sueños imagino, no es otro que el de Franco por haberle arrancado sin aviso la Medalla del Trabajo, concedida en 1953.
Sí, sí, ha sido la señora de Sumar en uno de esos momentos serenos que acostumbra, entre el malva y el azul de sus vestidos. Prohibiré que haya periodistas ajenos a lo que yo pueda pensar; prohibiré que, según mi tabla comunista, los empresarios tengan más dinero de la cuenta; prohibiré que los bancos… Bueno pues, en un intermedio, le ha quitado a Franco sus medallas, tan contento como él estaba con el dorado celeste de sus reflejos.
Desacostumbrada parece estar la dama a la buena lectura. Yo, por si acaso me atrevo a recordarle los versos de Joan Margarit: “Venimos de muy lejos, como el viento / las calles y las ventanas están llenas / de mensajes perdidos”… A ver si tiene usted la suerte de encontrarse con alguno.