THE NEW YORK TIMES
Ya sea en el príncipe Guillermo, JD Vance o Jacob Elordi, el vello facial da de qué hablar. En lo que a barbas se refiere, la suya es de alcurnia, aunque sea escasa
En los últimos meses, el príncipe Guillermo, el noble británico de cabeza brillante, se ha dejado un poco de barba. El heredero al trono estrenó barba en agosto, con una publicación de Instagram en la que felicitaba al equipo británico por su éxito en los Juegos Olímpicos. En aquel momento el crecimiento era leve, como si hubiera olvidado la máquina de afeitar durante un largo fin de semana. Apenas y tocaba sus patillas.
Esa versión de la barba irregular del príncipe no duró mucho. Según dijo a la revista People en noviembre, se afeitó a petición de su hija, la princesa Carlota, quien, al parecer, se echó a “llorar a mares” al ver el nuevo aspecto de su padre.
Pero la semana pasada la barba volvió —más poblada, aunque solo un poco— cuando Guillermo sirvió la comida de Navidad en una organización benéfica en Londres y asistió a la reapertura de la catedral de Notre Dame en París durante el fin de semana.
En este último acto, el aspecto del príncipe fue muy bien valorado por al menos un líder mundial. “Es un hombre atractivo. Anoche estaba muy, muy guapo”, dijo el presidente electo Donald Trump al New York Post.
La sección de chismes de esa publicación, Page Six, se refirió a la barba como “ruda”, aunque eso es probablemente exagerar el discreto desaliño del príncipe.
“Solo está ahí”, dijo Alun Withey, profesor titular de historia en la Universidad de Exeter y autor de Concerning Beards: Facial Hair, Health and Practice in England, 1650-1900. “No tiene ningún estilo definido”.
En cuanto a por qué este miembro de la realeza sentiría la necesidad de dejarse barba, Allan Peterkin, profesor de psiquiatría en la Universidad de Toronto y autor de One Thousand Beards, A Cultural History of Facial Hair, afirma que el príncipe Guillermo se encuentra en un punto de inflexión tanto en su vida personal como en su trayectoria real.
“Solo está mostrando un rostro masculino fuerte”, dijo Peterkin, quien evaluó la incipiente barba como “un poco desaliñada”.
Guillermo, de 42 años, es padre de tres hijos y es el siguiente en la línea de sucesión al trono británico. La barba podría ser, por tanto, una herramienta para ayudarle a verse más distinguido y difuminar la percepción pública de que es un niño de mejillas sonrosadas aferrado a la mano de su madre.
“Lo que está expresando es: ‘Me estoy convirtiendo en todo un hombre y quizá no quiera que piensen tanto en mi cara de niño’”, dijo Peterkin. “Lo que ven es a un hombre maduro y plenamente preparado para llevar la corona”.
Withey indicó que el príncipe Guillermo “no está haciendo nada particularmente inusual”, ya que hay una larga historia de monarcas británicos que se dejan crecer la barba.
A principios del siglo XX, el rey Jorge V cultivó un bigote rizado y unas patillas tupidas que podrían hacer que a uno de los barberos de Brooklyn que cobran 200 dólares por corte le temblaran las rodillas. Décadas más tarde, el padre del príncipe Guillermo, el rey Carlos III, lucía una barba robusta y rojiza a los 20 años que le hacía parecer un joven Jim Henson.
Según las memorias del príncipe Enrique de 2023, En la sombra, la llamativa barba del más joven de la realeza provocó un distanciamiento entre los hermanos. El príncipe Enrique, recuerda el libro, recibió permiso para conservar su barba pelirroja para su boda real de 2018 con Meghan Markle.
“Tal vez fue algo freudiano: la barba como manta de seguridad. Tal vez fue junguiano: la barba como máscara”, relató Enrique. “Sea lo que sea, me tranquilizó, y quería sentirme lo más tranquilo posible el día de mi boda”.
Si la barba tranquilizó a Enrique, molestó a su hermano. Según el libro, el mayor de la casa real “se puso furioso”, ya que anteriormente le habían dicho a él que no se le permitía llevar su barba. El libro no especifica quién exigió que se afeitara.
Puede que la barba avivara una batalla entre hermanos, pero más allá de los terrenos del castillo de Windsor, el vello facial ya no es el significante cultural que fue antaño.
“Muchos hombres de su edad en todo el mundo occidental llevan barba, así que es una norma para su cohorte de edad”, dijo Peterkin sobre Guillermo. La barba no es ni una vía de escape de la sociedad educada, como lo fue para los hippies en la década de 1960, ni un brote de pretenciosidad hípster, como lo fue en la década de los 2000.
Hoy, la barba es banal. La lleva LeBron James, al igual que George Clooney y Jimmy Kimmel. La barba de jubilado estilo Padre Tiempo David Letterman ya está entrando en su segunda década de existencia. Incluso los ejecutivos pueden prescindir de la máquina de afeitar sin temor a ser destituidos por el consejo de administración. La barba entrecana del director ejecutivo de Google, Sundar Pichai, y el ligero vello facial del director general de Salesforce, Marc Benioff, llaman la atención, aunque menos que el estilo Rasputín que ha cultivado Jack Dorsey, el cofundador de Twitter.
Las barbas han sobrevivido incluso a ser un castigo político. En cierto modo, el perfil ascendente del Partido Republicano de Estados Unidos es una cara barbuda. El vicepresidente entrante, JD Vance, con su barba bien cuidada, ha sido el primer candidato de un partido importante en llevar vello facial en 75 años. Dada la tendencia de Vance a hacer afirmaciones escandalosas durante la campaña, como que los inmigrantes se comían a las mascotas, su vello facial era lo de menos para los votantes. Del mismo modo, tanto Eric Trump como Donald Trump Jr. lucen barbas dignas del término rudo.
Si a la barba le queda algo de poder para escandalizar —o al menos para alimentar el escrutinio en redes sociales— es cuando brota por primera vez. A principios de este mes, Jacob Elordi, el astuto protagonista de Priscilla que suele ir con la cara limpia y sin barba, asistió a un festival de cine con una nueva barba que le cubría la barbilla. Parecía un atracador de bancos en fuga o el baterista de una banda de folk-rock. En internet la gente parecía estar de acuerdo en que el actor australiano de 27 años se estaba perjudicando al ocultar su atractivo tras la barba.
Sin embargo, tanto en el caso de Elordi como en el del príncipe Guillermo, la reacción de la gente no es tanto la barba en sí como el hecho de que estos personajes públicos no tengan el aspecto al que el público está acostumbrado a verlos. Reaccionamos ante la sorpresa de lo nuevo, no ante la sorpresa de la barba.
“Las barbas son habituales y normales, pero seguimos hablando de ellas cuando alguien famoso decide cambiar radicalmente su rostro y dejarse crecer una”, dijo Peterkin.
Si Guillermo decide conservar la barba, la gente acabará acostumbrándose a ella. El príncipe podría incluso, como predijo Withey, crear una moda de barbas desaliñadas. “Le vamos a poner nombre”, dijo. “Sería el estilo de barba príncipe Guillermo”.
Por su interés, reproducimos este artículo de The New York Times.