La Casa Real ha hecho saber que la Infanta Sofía, segunda en la línea de sucesión a la Jefatura del Estado, iniciará estudios universitarios en ciencias políticas a partir del próximo mes de septiembre.
Se ha descartado que reciba formación militar, como su hermana mayor, tal vez porque no entra en la imaginación de quienes aconsejan a los monarcas, o en la de estos (a pesar de la excelente preparación intelectual de que, según se nos insiste, gozan), que pudiera ser llamada a sustituir a Leonor.
O tal vez la formación militar se considera una imposición y una inutilidad que se lleva a cabo por mera tradición y formalidad pero sin convicción alguna.
Demasiados sacrificios para unas vidas muelles en las que lo del cumplimiento del deber no deja de ser algo de lo que se hace pública ostentación pero, en el día a día, se procura eludir en cuanto se puede.
Ahora, cumplido el ineludible paripé vacacional en Palma de Mallorca, el Rey, la Reina consorte (que no se ha privado de demostrar y dar a conocer su aversión por el palacio de Marivent y su estancia obligada en las Illes Balears, ella que estaba acostumbrada a pasar las vacaciones con su familia en un pequeño pisito alquilado en Benidorm) y sus hijas comienzan sus “vacaciones privadas”.
Durante un par de semanas, la familia real de un país que es una primera potencia turística y en la que el sector es un puntal esencial de la economía desaparece y los vulgares ciudadanos españoles desconocen dónde se encuentra. Es de esperar que el Gobierno esté informado.
Naturalmente, el traslado y la vuelta al lugar donde transcurren esas “vacaciones privadas” de la familia real se hace, no en un avión de línea regular, abonando los pasajes, sino en uno de la Fuerza Aérea Española, que no tiene nada de particular y acompañada de una enorme cantidad de ayudantes, escoltas, etc., cuyas dietas, gastos, etc., paga el erario público.
Y ese lugar suele estar en uno de los Estados que compiten con España en el mercado turístico.
Es decir, la familia real de un país turístico como es España no pasa ni un solo día en la Costa Brava, la del Sol, la Costa Blanca, Cádiz o Huelva, Canarias, Galicia, Asturias, Cantabria o el País Vasco, para promocionarlas.
Cumplen con Palma de Mallorca para mantener el uso del lujoso palacio de Marivent y las anexas instalaciones de la Armada. Y de hacer turismo de interior ni hablar. Luego mucho hablar de solucionar los problemas de la “España vaciada”, pero sin pisarla.
Es la que existe entre los dueños de un cortijo que, cuando aparecen, una vez al año, invitan a los jornaleros a una merienda y se hacen fotos con ellos e incluso les dan la mano, para luego lavarse a fondo y quitarse el olor a sudor, y los siervos, que además en este caso son los que pagan los gastos de la fiesta.
Pues bien, como decíamos la Infanta Sofía iniciará el próximo mes sus estudios universitarios en ciencia política, pero no lo hará en ninguna Universidad española, a pesar de existir excelentes facultades y magníficos profesores, de reconocimiento universal, en esa materia.
Después de haber eludido la EBAU a la que se somete la inmensa mayoría de estudiantes españoles para acceder a la Universidad, la Infanta va a hacer una “carrerita” (de tres años, y no cuatro, como los que se cursan en el grado de Ciencias Políticas en España) en un científicamente desconocido “Forward College”, pomposamente titulada “Ciencias Políticas y Relaciones internacionales”.
La carrerita, además, se desarrollará en tres sedes. Una por cada año de duración: Lisboa, Paría y Berlín. Mucho turismo y poco estudio, parece. Diversión y vida fácil, libre del escrutinio no de la prensa, sino de compañeros y profesores.
La Universidad española, como viene haciéndolo la industria turística nacional, ha recibido esta afrenta sin reacción alguna.
La Conferencia de Rectores y Rectoras de las Universidades Españolas (CRUE), habitualmente tan combativa, guarda, hasta ahora, un sepulcral silencio ante este desprecio de que los Dinastas (ella, según se dice, de ideas muy avanzadas y progresistas en materia de igualdad, feminismo, medioambiente, etc.) la hacen objeto.
Pero, frente a la cómoda inacción, los Rectores españoles están obligados a defender la calidad de la enseñanza que las instituciones docentes que representan ofrecen a los españolitos de a pie, esos que durante cuatro años harán esfuerzos reales para lograr un grado que les permita acceder a un mercado de trabajo que los explotará, o pasar largos años opositando para, en el mejor de los casos, conseguir un sueldo no muy alto pero con empleo fijo.
Desde luego, no podrán aspirar a, como será el caso de Sofía, en cuanto terminen su corta y movida carrera, ingresar en una organización internacional y en pocos años ocupar puestos de relevancia y sustanciosamente retribuidos en el ámbito de las relaciones internacionales, económicas o humanitarias.
La CRUE no debería dejar pasar la ocasión de cumplir con su deber y defender la calidad de la enseñanza universitaria española. Se lo debe a los alumnos y al profesorado que, aun mal retribuido y socialmente poco considerado, realiza una abnegada labor docente e investigadora.