Política a lo Scorsese

30 de septiembre de 2024
2 minutos de lectura

La política ha demostrado ser fuente inagotable de guiones de Hollywood

Los cinéfilos –o los que aspiramos a serlo– no dejamos de quejarnos. A todos se nos dibuja una sonrisa de ilusión en la cara cuando, por fin, encontramos un hueco en nuestra rutina ajetreada para disfrutar de una película sin distracciones. Y, a la gran mayoría, esa misma sonrisa se nos borra después de ver un producto concebido por la industria moderna. Es entonces cuando empezamos a refunfuñar. Y no paramos.
Un amplio sector de los denominados quejicas aducimos casi siempre el mismo argumento: ya no hay guiones como los de antes. En la actualidad, da la impresión de que el arte de contar historias ha quedado relegado a un injusto segundo o incluso tercer plano y el lugar que antaño merecieron los diálogos ingeniosos ahora lo ocupan los efectos especiales, los chistes trillados y el terror basado en subidas bruscas de volumen.

Quizá los nostálgicos tendríamos que invertir nuestra energía en una actividad distinta a despotricar. Como, por ejemplo, bucear en otros ámbitos en busca de esas historias que tanto echamos de menos. Es curioso que, en las últimas semanas, la política se haya convertido en uno de ellos. Porque, lo crean o no, ahora mismo la labor del periodista no dista demasiado de la de un crítico de cine especializado en el análisis de guiones.

La polémica designación de Edmundo González como presidente de Venezuela lo tiene todo para hacer las delicias de las más distinguidas productoras de Hollywood. La película abre con la celebración de una reunión confidencial y la difusión de una fotografía borrosa en la que no se identifica a ninguno de los tres actores. El espectador se inclina hacia delante, despegándose del respaldo de la butaca para no perder detalle de la siguiente secuencia: la firma.

De pronto, una de las figuras, Jorge Rodríguez, extiende unos papeles a su interlocutor, quien rubrica su nombre en ellos. Sin embargo, como en el buen cine, nada es lo que parece. Solo las mentes más avezadas son capaces de anticipar los acontecimientos y de descubrir que, tras la decisión de la firma, se esconde la coacción. El manual del buen cineasta exige dar a los espectadores lo que esperan, hacerles sentir inteligentes. El firmante se pronuncia sobre el chantaje en redes sociales y el contenido del documento se hace público. Las sospechas de los televidentes se confirman y muchos ya se muerden las uñas hasta la cutícula aguardando al siguiente giro de guion.

Porque el mismo manual que hemos revisado antes no solo dicta que se ha de corresponder al espectador, sino también sorprenderle con el pie cambiado. ¡Uno de los presentes en la reunión es el embajador español en Caracas! ¡Sorpresa mayúscula! La oposición aprovecha la coyuntura para arrojar dardos al Gobierno. Giro muy predecible, el guionista vuelve a satisfacer las expectativas del televidente. ¡Zapatero habría movido presuntamente los hilos para facilitar la salida de González de Venezuela! «¿Pero el villano no era Jorge Rodríguez?», piensa el público. «¿Acaso hay más de uno?».

Ahora es el momento de que el guionista aseste el golpe de gracia, la estocada final, el giro argumental definitivo que ponga patas arriba el largometraje, una conclusión a la altura de El sexto sentido. Digna del mejor Scorsese.

La esperamos con impaciencia.

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