Panamá y los mitos que se deshacen

4 de diciembre de 2023
7 minutos de lectura
Panamá se está rompiendo. Hasta julio del año pasado la élite juraba que el conflicto solamente era entre ellos.
Revolution Tower, Panamá City. | Flickr

La gran mayoría de la ciudadanía observa desde la butaca de la falta de oportunidades y el cinismo, el espectáculo de millones de dólares, nombramientos y contratos públicos que se reparten o se imputan

En Panamá se está rompiendo algo. Hasta julio del año pasado la élite política, económica y mediática, juraba que el conflicto solamente era entre ellos.  Un típico ejemplo de eso que el marxismo clásico llamaba «pugnas interburguesas». Como si los herederos de una hacienda de telenovela mexicana, se pelearan la herencia, quitándose las novias, sacándose la lengua y acusándose de traicionar la memoria del fundador del clan.

Siguiendo el guión tautológico de Televisa, nuestra élite en Panamá consideró siempre que eran poco relevantes los empleados y el personal de servicio «de la propiedad». Los han visto siempre como herramientas que los «verdaderos contendientes» usan para atacarse.  Pero ahora resulta que el asunto parece cambiar y están asustados.

En Panamá ya tenemos más de década y media en que la misma gente que manda en la política, los negocios y los medios, divididos en bandos, bastante difíciles de diferenciar, se acusan los unos a los otros de corruptos y ladrones.  A veces con pruebas, muchas veces con mentiras, otras con verdades a medias.  A algunos –muy pocos— los condenan los tribunales.  A otros no.  Muchos juicios son eternos y dejan un gran sabor a impunidad. En fin.

La gran mayoría de la ciudadanía observa desde la butaca de la falta de oportunidades y el cinismo, el espectáculo de millones de dólares, nombramientos y contratos públicos que se reparten o se imputan. 

La mediocridad de nuestras élites ha sido tal, que dieron por seguro que el público que observa ese espectáculo grotesco, acabaría tomando leal partido por alguno de esos bandos. La verdad es que han logrado que la gente crea lo inverosimil: que todos tienen razón a la vez, que todos son igual de ladrones y que, si acaso apoyan a algún sector, no es porque crean en ellos, sino porque esperan que les compartan algo del botín en forma de trabajos en el gobierno, favores y contratitos.

Ese cabreo colectivo empezó a estallar el año pasado, con un mes de julio con huelgas y protestas pidiendo la rebaja del precio de los alimentos y las medicinas, lo cual representó un desgaste importante para todos.  Al final, los cambios logrados fueron muy pocos, acumulando más frustración. Pero se sintió la presencia de un descontento profundo y de una capacidad espontánea de organización.  Todo el mundo lo vio, excepto la clase dirigente.

Este año la chispa que activó el incendio de la protesta social ha sido la corrupción de la mafia minera, rechazada por todos los sectores sociales, muy especialmente por la juventud que no ve futuro en el país y que honestamente cree en la causa ambientalista. Sin aprender de la lección del año pasado, los mismos factores reales de poder, comprometidos hasta la médula con la corrupción minera, volvieron a la carga, asumiendo que tenían todo bajo control. Se equivocaron.

Lo que no quisieron ver es que, desde la explosión del año pasado, los lazos de control de esos factores reales de poder con las masas, se están desatando. Insisto: algo se está rompiendo. Hay algo que estaba muy firme y claro, que ya no lo es tanto. Tomando prestado el título del ensayo de Antonio Muñoz Molina, me atrevo a decir que «todo lo que era sólido» en Panamá, empieza a dejar de serlo.

¿Hacia dónde vamos? Difícil saberlo. Especulo, por lo pronto, que existen algunos mitos muy panameños que empiezan a ponerse en duda.  Es muy temprano para decir que ya se acabaron, pero están fuertemente cuestionados y el pueblo lo sabe.  Menciono cinco:

El primero tiene que ver con los medios. Siempre hemos pensado que quien controla los medios tradicionales de comunicación, a nivel de periódicos, TV y radio, ya controla la opinión pública. La presencia de las redes sociales, como en todos los países, está fuerte en Panamá, pero todavía esa sensación de control de los medios tradicionales estaba fuerte.  Debido a ello, los propietarios de los medios o quiénes los controlan, se han considerado siempre entre los «gurús» que escogen a los gobernantes.

Pues parece que ya no. El discurso a favor de la minería metálica literalmente copó el 90% de los espacios de los medios tradicionales, por muchos meses. Fue una ofensiva apabullante, donde los dólares invertidos en propaganda disfrazada de noticias, deben ser una cifra abrumadora. El asunto incluso fue combinado con una alta dosis de censura tan fuerte, que por momentos nos sentíamos en Cuba o Rusia, porque solamente se escuchaba el discurso oficial y era muy difícil que el planteamiento de los ambientalistas pudiera expresarse.  Pese a ello, por la vía de las redes sociales, el mensaje contestatario encontró espacios y pudo provocar un levantamiento popular, de los más grandes en la Historia republicana.

Un segundo asunto tiene que ver con el movimiento sindical vinculado a la «izquierda real» de Panamá.  De esos sectores, el único que realmente ha movido masas toda la vida, es el sector de los educadores.  Los demás son más violencia que gente.  Este año, esa capacidad de convocatoria de los gremios de la educación, se volvió a demostrar con hechos en las protestas contra la minería. Siempre habíamos pensado que su capacidad de movilización también les daba identidad propia, dentro de las alianzas de la «izquierda real». 

Pero no.  Este año las dirigencias de esos gremios magisteriales perdieron autonomía.  Su proyección pública claramente se vio subyugada a los lineamientos de los gremios urbanos más radicales e intransigentes de la «izquierda real». Esto se notó claramente, cuando los gremios magisteriales compraron el planteamiento irracional de que no había que esperar la salida institucional de una sentencia de la Corte Suprema de Justicia.

Otro mito que ha entrado en crisis es el da la capacidad de convocatoria popular de la derecha empresarial. Durante la lucha contra la dictadura militar, en los años 80 del siglo pasado, los gremios empresariales de Panamá jugaron un papel importante dentro de la causa común de toda la sociedad para acabar con el autoritarismo. Desde entonces el discurso del sector privado organizado, además de defender sus intereses de clase, lo cual es lo normal, también ha sido revestido de un cierto sabor de «visión de Estado». 

Nos han querido vender la idea de que no hablan solamente por sus intereses, sino que siempre sus intereses coinciden con lo que es mejor para todos. Es una actitud de supuesta superioridad moral, de presuntos estadistas que miran por el bien de la colectividad. Desde hace varios años esa actitud viene mezclada, en mayor o menor medida, con la visión ideológica pervertida de la ultraderecha libertaria radical, equivalente al planteamiento de VOX en España.  

En el debate minero esa derecha empresarial se fue de frente a favor de la minería metálica.  Fueron parte integrante de la propaganda a favor de la minería. Cuando la ciudadanía se alzó mayoritariamente contra la minería, estos grupos de derecha iniciaron una campaña de disuasión, para paralizar el movimiento, acusando a todos los que protestaban de dejarse manipular por «los comunistas». Al final, absolutamente nadie le hizo caso a los gremios empresariales. Fracasaron. Quedó claro que en Panamá la derecha empresarial y la ultradrecha libertaria no tiene pueblo que la siga.

Cambiando de tema, hablemos de la juventud. Desde hace varios años se viene diciendo que la juventud panameña no le interesa la política y el futuro del país. Este levantamiento popular ambientalista y contra la falta de oportunidades acabó con esa sensación. Fue la juventud organizada, la que dio el impulso definitivo a la causa popular.

Un último ejemplo: la visión sobre la inversión extranjera. Esa visión ha sido tradicionalmente contaminada con dos premisas bastante bien arraigadas en la élite y en el Ministerio de Comercio e Industrias de todos los gobiernos. La primera es que cualquier inversión extranjera es buena, después que traiga plata y venga acompañada con el patrocinio de una firma de Abogados ye-yé. 

La segunda premisa es que, necesariamente hay que entregarle todo tipo de incentivos fiscales, laborales, migratorios y tratos especiales para que tal inversión se quede en Panamá. Todos sabemos que esa es la razón real de fondo de la existencia del modelo de Contrato-Ley, que es un contrato hecho a la medida de cada inversionista. La consecución de ese tipo de contrato ha sido el producto de venta más destacado de las firmas de Abogados mencionadas, que más que asesoría jurídica, muchas veces lo que ofrecen es un gran tráfico de influencias.

La mentalidad está cambiando. A raíz del debate de la minería metálica, ya es consenso en Panamá que, si bien necesitamos inversión extranjera, tiene que ser inversión de calidad, que no afecte ni al ambiente ni a la institucionalidad. Creo que también existe el cuestionamiento sobre si tenemos que entregar tanto, a cambio de la inversión extranjera. Ya muchos se cuestionan si nos está faltando dignidad al negociar o si resulta que no estamos valorando suficientemente bien nuestras ventajas comparativas.

Hasta aquí estos comentarios, deliberadamente imprecisos, porque así está la realidad. Están escritos, como dijo Hannah Arendt, «en esa brecha entre el pasado y el futuro», la cual, según concluyó la misma autora, «es tal vez el lugar más apropiado para cualquier reflexión»

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