Últimamente su rostro era un delta de canalillos por donde apenas si la sangre navegaba. Antonio Gala, que transitó dudosamente entre maneras de creer hechas a su medida (en materias de fe, escéptico y rencoroso), terminó sus días en un convento de
Napoleón pudo engañar a Carlos IV, a Fernando VII o a Godoy para que le dejaran paso libre a Portugal e instalarse después en nuestro territorio. A la fuerza, nada se consigue y al Emperador, cuando repartía monedas por las calles, le