Tengo un amigo que llama la Yoli a su mujer, no por disparatada e inculta como la original, ni por haberse gastado cerca de cincuenta mil euros en restaurantes y viajes, sino por monilla y desenvuelta. Resulta inimaginable que una vicepresidenta del
Con una dulce señora que vive todavía coincidí en un viaje programado de esos que, a la hora de la tertulia o el descanso, acuden intimidades y confidencias. Era culta, entretenida y preguntona. A cada rato me pedía la hora. Salíamos de