La inquietud y la cordura de España descansan en la mayoría de los jueces que tenemos. Todos los magistrados que componen el Tribunal Supremo (destaco el juez Marchena, presidente de la Sala 2ª, por ser más popularmente conocido), refrendan con firmeza y lealtad a la Constitución su celibato ideológico; otros, muy pocos, se les nota amancebados con la conveniencia.
El independentismo no tiene por qué ser terrorista, pero las hechuras que de él surgieron en la Cataluña del 2017 sí lo fueron. Quien no lo vea así, es porque no le interesa o tienen excedente de espesura en los cristales.
Desconozco si el Presidente de Gobierno ha leído a Nietzsche, pero actúa en casi todo como si el filósofo fuese su asesor de cabecera: “El hombre del conocimiento no sólo tiene que saber amar a sus enemigos, sino también saber odiar a sus amigos”.
La verdad sólo pueden alumbrarla los ojos limpios y lamentamos profundamente convivir con tantos iris empañados.