Con quien tanto quería
Cuando murió Ramón Sijé el 24 de diciembre de 1935, Miguel Hernández estaba en Madrid y enfriada su relación amistosa. Aunque su muerte repentina ha dejado en suspense si fue verdad, como aseguran algunos, que ese día esperaban a Ramón en la estación de tren Miguel Hernández con María Zambrano, al parecer muñidora de un reencuentro deseado.
En nuestro lenguaje de hoy (que tantas turbaciones conlleva y al que tantos desajustes obliga), podíamos decir que Ramón Sijé era un fascista de época por ser muy católico y ajeno a la desenfrenada libertad que estaba desarrollando la República. Él mismo, como Ortega, Marañón y tantos otros estaban a favor de una novedad en la que todos podían participar encauzando su propio destino. Pero nada fue así. Y Ramón Sijé, como muchos, se apeó de la primera complacencia republicana.
Federico, Cernuda, Dámaso Alonso, Alberti, María Teresa León… tampoco tenían ideología. El comunismo para ellos fue una aventura idealista que novelaron en sus discursos y a la que fueran ajenos en sus vidas. Desalojaron un palacio en Madrid, cerca de la Castellana, y desde las alfombras proclamaban una igualdad absurda.
Luego estaban los comprometidos con la justicia y la solidaridad a favor de los que sufrían los abusos de un capitalismo feroz, pero entendiendo su responsabilidad como un silencio activo, desde dentro y sopesando sus capacidades, por más que algunos sobresalieran con poemas explícitos a los milicianos: Vicente Aleixandre, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Dalí y la mayoría de los seguidores de Giner de los Ríos, en honesta Libertad de Enseñanza que los intelectuales preferían.
Miguel Hernández, que había sufrido en sus carnes las injusticias, que aún olían a cabra sus manos y sufría en silencio el desinterés por él de casi todos, se dejó acomodar por los que nunca le quisieron de verdad, soltó amarras con Josefina Manresa, su novia deliciosa, aventurándose con Maruja Mallo y otras damas que sólo le deseaban y que pronto desalojaron sus caricias cuando vieron que su amor no les convenía. Distante también con Ramón Sijé, que le había mostrado una sociedad evangélica, lenta, pero desde unos cimientos seriamente humanos a los que Jesucristo apuntaba.
Cuando sorpresivamente muere Ramón Sijé el 24 de diciembre de 1935, Miguel estaba en Madrid y no pudo abrazar tanto dolor al reconocer de pronto al amigo verdadero. Se habían prometido unir las calaveras y las sangres y que el amor sostuviera sus corazones hasta el horizonte de las eternidades:
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas compañero del alma, tan temprano.
No hay extensión más grande que mi herida,
Lloro mi desventura y sus conjuntos
Y siento más tu muerte que mi vida
De todos modos, la muerte de Ramón Sijé floreció en la vida de su amigo Miguel al descubrir también que Josefina Manresa suponía el amor sereno dispuesto a gobernar sus ansias, a templar los disparates de su sangre encabritada.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
…De pronto, le habían sustraído el eje de una conducta irreprochable frente a un desatino que necesitaba tiempo y verdad para ajustarse a lo revolucionario. Aquellos poetas magníficos que estaban sin Dios desorientados.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Necesita Miguel que Ramón regrese porque “tenemos que hablar de muchas cosas”, de esas que quedarán en el aire para siempre porque nadie tendrá Miguel ya que se las explique con el más grande amor de amigo que Ramón representaba. La ausencia de Sijé debilitará su propia vida, que será, desde ese duelo, víspera también de su propia muerte.