Es comprensible que las generaciones posteriores a la mía piensen de forma diferente, se comuniquen con gestos y vocabularios que puedan resultarnos inapropiados e incluso que se emocionen por campanas que uno, a estas alturas, ya no escucha… Pero el evangelio, la ética y los valores universales siguen siendo atemporales y firmes, nunca descartables.
Leo esta mañana el resultado de una encuesta que, a mi parecer, trae en sus alas el desencanto: “el 47 por ciento de los españoles no ve humillante que el Gobierno pacte con Bildu”. Como a los sabios del 98, Ortega, Marañón, Unamuno… España, en su íntimo reconocimiento, suscita un dolor inabarcable. Soy partidario de aligerar el peso de las culpas porque todos, en diferente proporción, somos culpables de algo. Siempre y cuando se ofrezca el gesto humilde de pedir perdón y no el descaro impropio y chulesco de jactarse con el daño. Así no. De ninguna manera.
El aplauso vergonzante del Athletic de Bilbao a un legitimador de etarras y asesinos, produce vértigos morales y un infinito paisaje de dolor en quienes sufrieron en sus carnes y en sus almas semejante locura. ¡Pobre Athletic, tan cerca de la sangre!