Los que mantienen el capricho de leerme cada día, saben que no es mi estilo poner el nombre de nadie en los candiles, salvo que sean históricos o imprescindiblemente necesarios. Suelo situarlos en su oficio o en lo que yo entiendo como hechos disparatados, conservando escrupulosamente el respeto al que todos tenemos derecho.
Estoy en la edad en que acepto gustosamente la llamativa atención de Agustín de Foxá: “A partir de los setenta años, nos sumergimos en la melancolía de la desaparición”. Pero el hecho de que la presidenta del Congreso decida que son “mayoras” las damas que ya los han cumplido, me parece una ofensa gratuita que, por sentirse de esa manera señaladas, altera el apaciguamiento de su melancolía.
Compungida, una amiga de mi edad se lamentaba ayer de que, a estas alturas, una advenediza en el Congreso se atreva a llamarle de cualquier manera.